30 años de que Kurt Cobain entró al Nirvana

CIRCO SÓNICO

Siempre hay que tener respeto y cuidado a la hora de convocar a los muertos… y mucho más cuando esos muertos representan cosas importantes. Es por ello que suelo dosificar las veces que pongo “Smell Like Teen Spirit”… le tengo un aprecio especial y en esas escuchas personales compruebo que conserva ese halo que la convirtió en una canción arrolladora y abrumadora.

Para aquellos que vivimos a plenitud la década de los noventa y nos movíamos entre el adiós a la adolescencia y el comienzo de la vida adulta, además de estar inmersos en la cultura rock, Nirvana representó un punto de quiebre y el comienzo de un estallido que tenía implicaciones existenciales y sociales -no se trataba solamente de música-.

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Aún con la distancia de ser mexicanos, fuimos tantos los miembros de la Generación X que compartíamos esa angustia provocada por el extravío y que vivimos las reiteradas dificultades al optar por la disidencia y el hecho de no comulgar con lo estética, social y políticamente correctos; existía un pronunciamiento y un posicionamiento que hoy se echa mucho en falta.

Pienso en todo ello apenas a un par de días de distancia de que se cumplieron 30 años de que Kurt Cobain terminará con su vida de un escopetazo -el 5 de abril de 1994, aunque no se descubrió el cuerpo hasta el 8- comenzando una truculenta saga de especulaciones, que van de cierta lógica formal al delirio complotista.

En 2012 publiqué la novela Rutas para entrar y salir del Nirvana, que tiene como trasfondo temático la falta de fe en la sociedad contemporánea y que tejía una urdimbre entre la vida de un seminarista de Apan, Hidalgo, y los últimos días de Kurt Cobain.

En el tramo final de aquella obra breve puede leerse: «Más que al síndrome de abstinencia, atribuyó el malestar a la rabia de saber en lo que se había convertido: un títere de la industria de la música, carnada fresca para los medios»; siempre me ha gustado concebir una trama alterna a la versión oficial de la historia y aquel año, 1994 -con todo y brote zapatista y asesinatos de políticos-, permitía replantear los acontecimientos sin ataduras creativas.

La fama estimula lo opresiva que resulta la sociedad y, sencillamente, hay personalidades tan apesadumbradas que no consiguen soportar tanta presión. Ahora que se cumplen esas 3 décadas de que Kurt decidió acabar con la persona y abrir paso al mito, considero oportuno citar a un periodista tan polémico como Chuk Klosterman a la hora que apunta: «Otorgó profundidad a las chicas de las hermandades universitarias, alma a los punkis nihilistas y cerebro a los metaleros reformados. Kurt Cobain fue ese chico popular y al mismo tiempo impopular que murió por los pecados de tu personalidad«; su libro Matarse para vivir es una obra de referencia puntual.

Uno más de los biógrafos de Kurt, Michael Azerrad, autor de la biografía Come As You Are: The Story Of Nirvana, afirma para el diario El país: “Estoy seguro de que la forma en que falleció Kurt tiene algún tipo de atracción para algunas personas, pero no es un componente clave del legado del grupo. Incluso cuando Nirvana existió, todos sabían que serían legendarios. Era una gran banda que tocaba grandes canciones que evocaban sentimientos profundos, potentes y complicados que nadie había articulado antes. Ese tipo de cosas suelen durar mucho tiempo”.

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Al final, considero que la mayor aportación -y la más importante- alrededor de la conmemoración de la muerte de Kurt Cobain la ha realizado su hija Frances Bean, a través de una misiva que ha circulado por sus redes sociales, y en la que sintetiza con emoción y precisión la simbología del acontecimiento: «En los últimos 30 años mis ideas sobre su pérdida han estado en constante metamorfosis. La mayor lección que he aprendido a través del duelo casi desde que soy consciente es que sirva para algo. La dualidad entre vida y muerte, dolor y alegría, el yin y el yang, tienen que coexistir o nada de eso tendría sentido. Es la naturaleza misma de la existencia humana la que nos arroja profundamente en nuestra vida más auténtica. Resulta que no hay mayor motivación para inclinarse hacia la conciencia amorosa que saber que todo termina«.

Como colofón a esta historia no puedo sino emocionarme por la pronta aparición de Un mulato y un mosquito, una compilación de cuentos inspirados por Kurt y Nirvana, que ha preparado Arturo J. Flores, y en el que aparecerá un texto mío junto a los de Ismael Frausto, Andrei Vázquez, Miguel Eduardo García y Nancy Salinas, entre otras plumas; Como decía Cobain, “Carga tu arma y trae a tus amigos”.

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