Radicalmente fugaz

En su elogio de la inactividad, Byung-Chul Han señala atinadamente que: “Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica”. Dado que sólo percibimos la vida en términos de trabajo y de rendimiento, interpretamos la inactividad como un déficit que ha de ser remediado cuanto antes. La existencia humana en conjunto está siendo absorbida por la actividad. Como consecuencia de ello, es posible explotarla. Vamos perdiendo el sentido para la inactividad, la cual no implica una incapacidad para la actividad, o su rechazo, o su mera ausencia, sino que constituye una capacidad autónoma. La inactividad tiene su lógica propia, su propio lenguaje, su propia temporalidad, su propia arquitectura, su propio esplendor, incluso su propia magia. No es una forma de debilidad, ni una falta, sino una forma de intensidad que, sin embargo, no es percibida ni reconocida en nuestra sociedad de la actividad y el rendimiento. No estamos accediendo ni a los dominios de la inactividad ni a sus riquezas. La inactividad es una forma de esplendor de la existencia humana. Hoy se ha ido difuminando hasta volverse una forma vacía de actividad”.

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Estamos programados históricamente para hacer, hacer y hacer, trabajar, dormir, trabajar, dormir, trabajar. Todo en espera de que algo ocurra, de que el esfuerzo de la misma acción nos otorgará algo. Nuestro precepto impuesto por la sociedad capitalista es el mismo: produce para vivir. Sin embargo, en tanto hacemos más dejamos en el pasado menos vida. Muy seguramente moriremos sin conocer el fruto del árbol que sembramos en el esfuerzo cotidiano.

Regreso a Han cuando afirma: “el estrés, que cada vez es mayor, ni siquiera hace posible un descanso reparador. Por eso sucede que mucha gente se pone enferma justamente durante su tiempo libre. Esta enfermedad se llama leisure sickness, enfermedad del ocio. El ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada, en una insoportable forma vacía de trabajo”.

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Coincido completamente con el filósofo surcoreano, al pensar en el hecho de que actualmente el trabajo cotidiano, la jornada labora se ha apropiado del tiempo personal, todo es tiempo laboral, el trabajo y la vida son uno mismo. “Realmente deberíamos inventar una nueva forma de tiempo. Si resulta que nuestro tiempo vital o la duración de nuestra vida coincide por completo con el tiempo laboral, como en parte está sucediendo ya hoy, entonces la propia vida se vuelve radicalmente fugaz”. 

Tendríamos que contestarnos varias preguntas: ¿vivo para trabajar o trabajo para vivir? ¿Cuál es el tipo de tiempo que deseo tener? ¿Cómo puedo hacer para que mi trabajo no se adueñe de mi tiempo personal? ¿Qué debo hacer para que mi tiempo personal no prime sobre mis obligaciones laborales? Antes de contestarnos estas interrogantes, tendríamos que abundar en el pensamiento de Han, recordar que: “El origen de la cultura no es la guerra, sino la fiesta; no es el arma, sino el adorno (…) La vida recibe su resplandor divino de aquella decoración absoluta que no adorna nada”.

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Daniel Fragoso

Daniel Fragoso Torres. Nació en Pachuca, lector, escritor, se ha desempeñado como profesor universitario, periodista, editor, funcionario público y consultor. Es insomne.