La tercera transformación y el derecho a la propiedad comunal (primera parte)

Horizontes de la razón

Emiliano Zapata, uno de los caudillos más reconocidos en la tercera transformación de la vida pública de México, la Revolución, fue asesinado a traición el 10 de abril de 1919 en la Hacienda de Chinameca, Morelos. En la conmemoración de su aniversario luctuoso, recordamos cómo a lo largo de la historia, el derecho de los campesinos a ser propietarios de las tierras y las cosechas que ellos mismos sembraban, fue una conquista que con el paso del neoliberalismo quedó mancillada.

Durante la época de Porfirio Díaz, la explotación de las familias mexicanas en manos de grandes hacendados nacionales y extranjeros formaba parte de lo cotidiano. Grandes novelas y ensayos se escribieron para describir las escenas de sangre y violencia que se desataban con furia en contra de niños, jóvenes y viejos que se negaban a acatar las instrucciones de quienes, de un día para otro, se asumían como propietarios de grandes extensiones de tierra que, hasta entonces, habían sido aprovechadas en beneficio de pueblos originarios o centros poblacionales, muchas veces de forma comunitaria. Uno de los ejemplos más notables de estas novelas es “La rebelión de los colgados”, escrita por Bruno Traven.

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La propiedad privada concentrada en grandes latifundios fue una herencia institucional de la Época Colonial que no fue sustituida por la Independencia nacional, pero el impulso para la búsqueda de grandes concentraciones de riqueza y la explotación del hombre por el hombre, fue una herencia institucional del capitalismo que fue permeando en las sociedades latinoamericanas del siglo XIX y XX. Bajo esta tesitura, resultaba difícil para las clases medias mexicanas vislumbrar la importancia de que las grandes transformaciones políticas fueran seguidas por grandes cambios en materia de justicia social: la democracia fue así concebida de forma limitada.

Quizás también por esa razón, entre otras, el presidente Francisco I. Madero, una vez en el poder, no estimó necesario fincar las bases de la transformación con el respaldo popular que sólo podía ser brindado por campesinos y obreros. Zapata y Villa se sintieron traicionados por un líder que se concentró en la defensa de la validez del sufragio, pero no se atrevió a ir más allá en lo que significaría la afectación patrimonial de los grandes potentados. Todo ello, llevó a la promulgación del Plan de Ayala que a finales de 1911 iniciaba por desconocer al entonces presidente.

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Zapata luchaba porque los campesinos no vivieran temerosos de perder las tierras que por herencia habían aprendido a trabajar y que les brindaban sustento a ellos y a sus familias. Buscaba acabar con los esquemas de explotación en los que al legítimo propietario del suelo se le convertía casi en esclavo; un régimen con mecanismos como las tiendas de raya para extraer hasta el último centavo posible de la riqueza generada con sus manos, muchas veces indígenas.

Tras el paso de los años, la Constitución de 1917 logró incluir lo que a la postre se reconocería internacionalmente como uno de los primeros derechos sociales: la propiedad ejidal. Sin embargo, a partir de entonces, los campesinos sufrieron algunas dificultades y fue hasta el periodo de gobierno de Lázaro Cárdenas que vieron hecha una realidad el reparto agrario. Mientras tanto, la influencia del capitalismo persistía y en el andar de más de un siglo, lo que significó la posibilidad de dejar atrás la pobreza para millones de familias, los dejó de nuevo en la misma posición de partida. De esto hablaremos en el siguiente número para seguir reflexionando acerca de la memoria histórica del zapatismo.

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