LA MUERTE NUESTRA

darDOS con garlito

Garlito

Una de las experiencias más impactantes durante la infancia, al visitar alguna de las zonas arqueológicas, sea Tula, Teotihuacán o el mismo Centro Histórico de Ciudad de México, no fueron las pirámides impresionantes del Sol o la Luna, ni los portentosos Atlantes de la gran Tollan, no; tampoco los extraordinarios remates de cabezas de águilas o serpientes, en sus columnas o al pie de las escalinatas, de cada uno de los edificios importantes de las grandes civilizaciones de antes de la llegada de los pelafustanes europeos, que la mala historia los ubica como conquistadores cuando su papel fue el más grande genocidio conocido por la occidentalización, no; lo más impactante y muestra de nuestra verdadera cultura, eran los Tzompantli, distinción social, respeto y herencia familiar, sí, eso sí era enigmático.

Te recomendamos: DEMOCRÁTICA, CRÍTICA Y MITOTERA

Macuahuitl

Este era el nombre de un arma, quizá la más letal de todas las que poseía el imperio azteca y desde antes, utilizada no para cualquier gresca tributaria o para calmar ímpetus de independización o calmar pueblos rebeldes como tlaxcaltecas o chichimecas, no, era un arma elaborada para los grandes acontecimientos bélicos, cuando realmente se tenía que eliminar algún cacique importante o descendientes que aspiraban al liderazgo, cuando periódicamente se buscaban mancebos y doncellas para ser ofrecidos en gran ceremonia en el Templo Mayor y alguien se oponía a la perpetuidad del Sol; asimismo solo cuando el enemigo era lo bastante importante, se utilizaba esta arma infalible y que entre otros, nuestro gran investigador hidalguense, Don Víctor Manuel Ballesteros, aseguraba nació en Epazoyucan, de donde salían las armas del imperio; el Macuahuitl era un mazo con incrustaciones de obsidiana y según los españoles, podía decapitar a un caballo de un solo tajo, ante flechas, lanzas y hondas, esta era un arma indestructible y pretexto para invadir Epazoyucan y así eliminar su elaboración, cosa que lograron, solo la pólvora lo superaba.

La muerte para nuestros antepasados era solo parte de la vida, lo que anima al ser humano, permanece en otros ámbitos y niveles de sabiduría y no por no estar físicamente presentes, los muertos no están, en su camino a la perfección tras el fallecimiento, se perfeccionaba la Tonalli, alma secundaria cuyo nombre significa calor del sol o temporada de calor; la Tonalli, el alma permanece viva hasta lograr la perfección y alcanzar el cielo, el Tonatíuichan, hogar del sol; fray Bernardino de Sahagún, al conocer esto, urge al Vaticano sea considerado este pueblo como una verdadera civilización como la china o la de las indias, fue acallado por los sermones eclesiásticos; el arma de la guerra, el Macuahuitl, era sagrado y solo los Caballeros Águila o Jaguar, podían blandir dicha arma símbolo de la fuerza del imperio; los europeos al encontrar tanto significado oculto y verdadero, se limitaron a saquear, robar y matar solo por el deseo de poder, jamás imaginaron que la sangre alimenta al sol y al fuego eterno, desde entonces como hoy.

Puedes leer: CREANDO IDENTIDAD

Tzompantli 

Fuera de toda casa familiar, honrada, próspera, leal el imperio, apegada a sus costumbres y dioses, símbolo de respeto, abolengo y dignidad, no representaba ni la riqueza o pobreza de la familia, sino el respeto que se le debía y admiración por ser tan distinguido ciudadano; el altar de cráneos el Tzompantli, era una gran pared con los cráneos de los enemigos del imperio o de la familia, quizá algún violador y un familiar borrachín, las estrictas reglas de comportamiento familiar y social se revelaban ahí, entre más cráneos tuviera, más respetable, la muerte era significado de prestigio social y progreso, la muerte de enemigos y delincuentes fortalecían al que privaba de esa vida, por ello horrorizó a los europeos observar como a pedradas mataban a un ladrón en el tianguis de Tlatelolco, ya sin cabeza el mercader lo colocaba en la hilera correspondiente de cráneos ante la admiración de propios y extraños.

La muerte si era natural, por enfermedad o vejez, prácticamente no tenía sentido, para muchos de los prehispánicos, su preocupación era como iban a morir, ya que de eso dependía a cuál de los trece cielos que tenía la cosmogonía Azteca, le correspondía debido a su muerte; hacerlo en batalla, enfrentando al enemigo lo llevaba al más grande y hermoso cielo, defender a su familia y pueblo era premiado, si uno moría en un ritual ceremonial, digamos extracción del corazón al mediodía en lo que hoy Ciudad de México, era un honor familiar, un prestigio que llevaba a la familia al mejor estado económico y social, jamás imaginado, si uno moría apedreado, por borracho, ladrón o violador, iría al inframundo y para escalar los trece niveles, no habría eternidad que le alcanzara; entonces aquellos que regresaban a la ofrenda, eran los seres que merecían este premio por alcanzar la perfección de su Tonalli o Alma; para contrarrestar un poco al nebuloso jaloguin.

Mostrar más

Rolando García

Pachuqueño, periodista guionista, registrando la historia cotidiana de todos los días