La Memoria Viva: Reflexiones desde Tlatelolco hasta nuestros días
Alas para la transformación
El 2 de octubre de 1968 marcó un parteaguas en la historia política y social de México. Una fecha que, más allá de su carga histórica, evoca sentimientos de indignación, resistencia y esperanza en el corazón de cada mexicano. El movimiento estudiantil y la masacre de Tlatelolco son, sin duda, símbolos de la lucha contra la opresión y por un México más justo y democrático.
Desde mis años universitarios, he sentido un profundo respeto y admiración por esos jóvenes que, armados con ideales y pasión, se levantaron contra un sistema autoritario y opresor. El movimiento estudiantil del ’68 no fue solo un levantamiento pasajero; fue el reflejo de una juventud dispuesta a sacrificarlo todo por un México más libre y equitativo.
Los movimientos estudiantiles siempre han sido, y seguirán siendo, catalizadores de cambio. A lo largo de la historia, los estudiantes han desafiado el status quo, han levantado la voz contra las injusticias y han propuesto visiones alternativas para la sociedad. Su papel es vital, pues son ellos quienes, con su energía, frescura y valentía, suelen mostrar los caminos por los que la nación debe transitar.
Sin embargo, el tratamiento que estos movimientos han recibido por parte de diferentes administraciones ha sido, en muchas ocasiones, reacio y violento. Tlatelolco es un claro ejemplo de ello. En vez de escuchar y abrir canales de diálogo, el gobierno optó por el silenciamiento brutal. Aquellos jóvenes, llenos de sueños y aspiraciones, fueron despojados de su voz y, en muchos casos, de su vida misma.
Hoy, al rememorar aquel suceso, no solo honramos la memoria de quienes cayeron en Tlatelolco, sino que reafirmamos nuestro compromiso con la justicia, la democracia y la libertad. Como servidora pública y miembro de un gobierno que busca trazar un nuevo rumbo basado en la equidad y la justicia, me solidarizo profundamente con esos ideales. El pasado nos enseña que la opresión y la intolerancia no son la solución. Es el diálogo, la empatía y el entendimiento lo que nos permitirá construir un futuro más próspero para todos.
Mi experiencia en movimientos estudiantiles me ha enseñado que la tolerancia y el respeto son esenciales para construir puentes de entendimiento. Cada vez que las voces jóvenes se levantan en nuestro país, es una oportunidad para escuchar, aprender y actuar. La represión nunca ha sido, ni será, la respuesta.
El México de hoy necesita líderes dispuestos a escuchar, a dialogar y a construir consensos. Necesita líderes que comprendan la importancia de la diversidad de pensamiento y que sepan que, de las diferencias, pueden surgir las soluciones más innovadoras. Como miembro de un gobierno de izquierda, comprometido con la justicia social y la democracia, insto a todos los actores políticos y sociales a adoptar una postura de apertura y entendimiento.
No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos aprender de él. La masacre de Tlatelolco es un recordatorio doloroso de lo que ocurre cuando el poder se corrompe y se olvida de su principal responsabilidad: servir al pueblo. Es una lección que, como nación, no podemos ni debemos olvidar.
En este nuevo capítulo de la historia mexicana, tenemos la oportunidad y el deber de hacer las cosas diferentes. De construir un país donde las voces de todos sean escuchadas y respetadas. De trabajar juntos, con empatía y solidaridad, para asegurar un futuro más justo y equitativo para todos.
Hoy, más que nunca, reafirmo mi compromiso con los ideales de justicia, libertad y democracia. Con humildad y respeto, me siento honrada de formar parte de un gobierno que busca hacer justicia por el pasado y construir un mejor futuro para todos. Como siempre, mi guía seguirá siendo el bienestar del pueblo y la construcción de un México más justo, democrático y solidario.
Porque, como bien decía aquel lema que retumbó en las calles hace más de cinco décadas: ¡El pueblo unido jamás será vencido! Y en ese camino, todos debemos caminar juntos.