Huapango con bilé

Vozquetinta

En 1975 cierta compañía disquera comercial lanzó al mercado un elepé de sones huastecos con Los Cantores del Pánuco. Por una sencilla razón, este álbum es más valioso que todos los de aquel legendario grupo: el canto en tres de las piezas, El huerfanito, La malagueña y Las canastas, estuvo a cargo de Emma “La Güera” Maza. Se trata, pues, de un fonograma pionero, insólito para su momento, porque entonces a la mujer huasteca virtualmente se le prohibía, ya no digamos meterse a un estudio a grabar discos con un trío huapanguero masculino, sino tan sólo atreverse a cantar con ellos en una simple fiestecilla familiar.

¡Y qué entrañable, qué sentida, fue su interpretación! «Me ha llevado, yo creo, fácil, diez años, entender qué hacía la Güera en esa grabación con la voz —me dijo Yuyultzin Pérez Apango, del trío Tlacuatzin, cuando la invité en 2019 a mi programa radiofónico—. Y también entender que las mujeres que estamos cantando en el son huasteco tenemos que estudiar desde nuestra voz de mujer, y hacer también melodía para cantar nuestros versos».

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Hoy es radicalmente otro el panorama. Ha crecido, hasta una altura que hace dos o tres décadas parecía utópica, la presencia pública femenina entre ejecutantes de huapangos e incluso de otros géneros de música huasteca (acabo de conocer a un trío de jovencitas intérpretes de sones carnavaleros y de xantolo que acompañan por las calles a los danzantes de tales festividades). Muchas sobresalen como excelentes violinistas, quinteras, jaraneras, cantantes e improvisadoras de coplas. Difícil describir la emoción que me provocan.

En una apretada lista de ejemplos incluiría a las trovadoras solistas, como Esperanza Zumaya, Antonia y Natalia Valdés; a los tríos femeninos, como Alondras Huastecas, Encanto Amateco, Lucero Huasteco, Palomitas Serranas, Xochicanela; a los tríos mixtos, como Balcón Huasteco, Cielo Huasteco de Pati Chávez, Eyixóchitl, Jilgueros de Altamira, Staku y sus Huastecos, Tres en Línea, Tsasná; a las familias compuestas por el padre y/o la madre e hijas huapangueras, como Alborada Huasteca, Alegría Huautlense, Las Florecitas, Las Flores de la Huasteca, Nueva Herencia Huasteca, Soraima y sus Huastecos…

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La cada día mayor feminización del huapango tiene, empero, una arista que aún está en la etapa de autodefinirse: ¿qué mensaje y vocabulario conviene a la mujer emplear en las coplas que entona? La respuesta merecería un análisis minucioso, imposible de tratar en una reducida columna periodística como ésta. Ofrezco, en cambio, las opiniones de sendas amigas mías, comprometidas e insertas en el ámbito musical huasteco.

La primera me la expresó en entrevista reciente la investigadora y versera Ana Zarina Palafox: «No son sólo versitos. Los versos en los huapangos se quedan en la memoria colectiva y detonan acciones u omisiones. Normalmente la versada ha sido un espacio masculino; es la voz del hombre la que se escucha con atención. A veces incluso trasmite consejos cuestionables: ‘Quien le pega a una mujer / no tiene perdón de Dios / si no le pega otra vez’. En esta época en que se buscan más conscientemente la equidad y la vida sin violencia, es imprescindible que se manifieste la voz de la mujer. Que sea escuchada y se sepa lo que piensa, siente y propone esta mitad de la humanidad que faltaba.»

La segunda es una décima escrita por Mayte Estrada, del trío Mariposas Huastecas, a propósito de Legados, huapango del que es autora: «Con sangre he de luchar, / no seremos espectáculos; / si nos ponen más obstáculos, / los vamos a derribar. / Todas juntas a atacar, / somos más fuertes que ayer; / no notan a la mujer / que siempre está a su lado; / dejamos nuestro legado / que podrá permanecer.»

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos
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