CUELLOS DE BOTELLA 

DarDOS con garlito

Garlito  

En la vertiginosa ansiedad de permanecer en el recuerdo, de colocarse a empellones en la vida cotidiana de todos, desesperado intento de borrar paso turulato por la autopista de la administración gubernamental, en un insospechado resultado negativo de magnánimos proyectos, ante la devastadora crítica popular, el caldo sale más caro que las albóndigas; la justificada permanencia en la historia, será por sus yerros, por una desproporcionada visión de progreso, desarrollo y sustentabilidad, como nuevos monumentos al ego, alguna vez se erigieron estatuas en honor a déspotas y muy pocos patriotas, la obra pública será la evaluación de qué tan al servicio del pueblo estuvieron. 

Foto: Rolando García

Hora 

Existió algún tiempo en que ciudadanos honestos buscaban por medio de la política, incidir en sus comunidades de manera positiva, se hacían alcaldes, diputados o gobernadores, con el propósito de ayudar a sus lugares de origen, elevar su calidad de vida y apoyar a los más necesitados: todos; puentes y caminos, son sinónimos de progreso, desde uno vecinal de herradura hasta un boulevard de alta velocidad, con señalética inteligente, obras viales que todos utilizamos pero  evidencian una batalla ególatra por ver quien hace la obra más aparatosa y menos funcional; relumbrón se llamaba a esos trabajos con derroche de recursos, excesos de adornos y publicidad, trastocando la escenografía citadina y complicando lo que hace años era prioridad, una vialidad rápida y segura, hoy día el tránsito vehicular en la capital es lento, por falta de ingeniería vial. 

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Sentidos a contra flujo, segundos pisos, glorietas, camellones, pasos a desnivel, carriles que incorporan o desvían del flujo automotor, laterales, retornos, bahías de ascenso y descenso, estaciones del transporte colectivo, sitios de taxis sin planeación y sobre todo, conductores agresivos, sin mínimo respeto o desconocimiento total de un reglamento que debería ser distribuido entre conductores y peatones, son cosa de todos los días; en Pachuca no se conduce bien o mal, se maneja como se puede, al volante quien no lo es, se convierte en chafirete al subirse a su auto, el medio los transforma, el peatón no existe por decreto, la supuesta modernidad vial de la capital del estado hace al tránsito vehicular lento, complicado, en distancias cortas excesos de semáforos eternos y en otros lugares libre paso, casi en todas las modernas vialidades cruzar a pie estas, es un suicidio. 

Foto: Carlos Sevilla

Pico 

En toda la ciudad, pero se evidencia en las vías más “rápidas” que tenemos, los bulevares Colosio, Minero, Felipe Ángeles, Ramón G. Bonfil, etcétera, donde el congestionamiento, se debe primordialmente a quien opera las máquinas en su búsqueda por pasar primero, generan un caos vial, donde el más aguzado comete mayor número de infracciones, pero llega primero a su destino, la indebida incorporación al flujo, el cambio de carriles inesperados y los obstáculos naturales, ciclistas, motociclistas y andantes, convierten en peligroso el circular a ciertas horas, ya sea demasiado temprano o cuando la desbandada por las tardes, hace el flujo hacia el sur complicado y lento, en lugares determinados, donde si hay policías viales, es para solicitar cuota de recuperación y nunca atienden el tránsito, solo mordidas. 

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La ingeniería vial es una de esas ciencias en desecho por incómodas, no permitiría que las urbes se conviertan en santuarios vehiculares, sino en espacios seguros para peatones, no aceptaría que la esencia de una capital sea el tránsito de coches y no el bienestar de las personas, eliminaría el exceso de elementos urbanos en desuso y agilizaría con una lógica humana y no mecánica la relación seres humanos vehículos, que sabiamente usados son herramientas útiles, en exceso matan el oxígeno; la máxima obra vial para una ciudad sustentable, es permitir el flujo y no entorpecerlo por abundancia de obras yuxtapuestas que ofrecen una imagen atascada de urbanidad y no un paisaje de sana convivencia; la ingeniería vial no permitiría escenografías teatrales con un fondo de miseria y pobreza en sus más lejanas colonias. 

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Rolando García

Pachuqueño, periodista guionista, registrando la historia cotidiana de todos los días