Una vida sin ayudar es una vida vacía: médica veterinaria

Poseedora de muchas historias en Gatuzoo, que abrió en el momento más álgido de la pandemia, Saira entretejió sus vivencias en esta carrera donde aún persiste el machismo

La vocación de servicio es lo que llevó a Saira Ramírez Rodríguez a estudiar medicina veterinaria, pero hay una peculiaridad que la distingue: su amor por los que no tienen voz. 

Si perros en situación de calle necesitan de una pastilla desparasitante o antipulgas, o la atención para sanarse, ella está ahí para proveérselo; vaya bien el negocio o no, la especialista en el diagnóstico de enfermedades de los animales siempre busca la manera. 

Poseedora de muchas historias en esta veterinaria que abrió en el momento más álgido de la pandemia, Saira entretejió en entrevista a La Jornada Hidalgo sus vivencias personales en esta carrera donde la empatía por los animales es vital. 

Destaca que los lomitos sin dueño, desde el inicio del emprendimiento, olfatearon que ahí se respira amor y cuidado, por lo que han llegado solos, convirtiéndose, algunos, en los guardianes de esta veterinaria ubicada en la colonia Javier Rojo Gómez, en Tulancingo.

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Gatuzoo, en honor a su mascota  

El nombre de la veterinaria Gatuzoo surgió en honor al gato que Saira tenía en su adolescencia y por el que empeñó su computadora para comprarle el medicamento cuando enfermó de artritis. 

“Mi papá lo trajo porque sospechábamos que teníamos un ratón en la casa, una vecina se lo regaló, se metió abajo del lavabo, yo metí mi mano para sacarlo, me rasguñó, pero desde ahí yo lo quise muchísimo.  

“Cuando se enfermó no había tantos recursos, entonces yo tenía una minilap que me había dado el gobierno por buen promedio en la escuela; dije ‘yo la vendo para comprar el tratamiento’, en 600 pesos, ese era el costo de las pastillas de mi gato”, recuerda. 

Su mascota quedó con secuelas, una manita doblada, pero sin dolor, “para mí vender la computadora no fue un sacrificio, fue un acto de amor. Pero como a los dos años se fue y ya no regresó, lo estuve buscando por mucho tiempo”. 

“Mi idea siempre fue que a lo largo de mi vida había visto a mis mascotas enfermarse o verlos mal y decía ‘a mí me gustaría hacer algo’, igual por los de la calle, no encontraba cómo, yo solo decía ‘quiero ayudar’; surgió la oportunidad de estudiar y en el transcurso de la carrera, la idea es poner tu negocio y yo siempre dije ‘cuando yo tenga mi veterinaria se va a llamar Gatuzoo’”.   

Foto: Nathali González

Su familia es equipo en el rescate animal 

La médica veterinaria señala que el error humano es creer que los perros en situación de calle no se enferman, no se cuidan porque “aguantan”, por lo que no se vacunan ni tampoco se desparasitan.  

“Para que ese perrito estuviera aquí (en la calle) tuvieron que morir por lo menos todos sus hermanitos de alguna enfermedad o parásitos, no significa que no hayan estado expuestos a las enfermedades, sí lo padecieron, pero sobrevivieron”, sostiene. 

“Todos nos metemos a estudiar algo con la intención de vivir de eso, pero también siento que si no damos algo de lo que recibimos, no vale la pena, por mucho que uno pueda almacenar no vale la pena. Una vida sin ayudar es una vida vacía”. 

Saira comenta que el amor por los animales lo heredó de su mamá, Rebeca Rodríguez Reas, y su papá, Miguel Ángel Ramírez Solano. Su familia, incluido su novio Jesús, comparten la filosofía de trabajar en equipo en el rescate de los perritos. 

Entre Saira y sus hermanos, Manuel Alejandro -que se dedica a la reparación de celulares y aparatos electrodomésticos- y Esbeydi -que realiza estética canina en la veterinaria-, se dividen el gasto para comprar dos bultos de alimento a la semana. 

Otro gesto de corazón es que en Gatuzoo es frecuente ver la imagen de lomitos echando una siesta frente al negocio o a la perrita Pit -que adoptó la veterinaria- detrás del mostrador. Un perrito que entra y sale al que Saira llama Pinto. 

Expresa que le gustaría especializarse en medicina de pequeñas especies. “Sí me enfoco a perros y gatos, pero siempre hay tratamientos nuevos, y también en cirugía”. 

Pero el sueño de esta profesionista es algún día tener un espacio para dar refugio a los lomitos. “Si lográramos crecer este negocio, a lo mejor podríamos destinar una parte únicamente a mantener el albergue”.  

“Sí está bien recibir donaciones, pero no puedes estar dependiendo de lo que nos vayan a dar. Mi proyecto sería tener un ingreso fijo que sea para la renta del terreno y la compra de croquetas”.  

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Firulais, primer paciente  

Ramírez Rodríguez recuerda a su primer cliente, Firulais, quien tenía una mordida que se le había infectado y lo tuvo que pelar.  

“Fue bonito, pero al principio me daba mucho miedo, hay machismo, la creencia de ‘es mujer y no sabes’. Me preguntaban ‘mija, ¿no está el veterinario?’”, comparte risueña lo sucedido en sus inicios. 

“En los trabajos te enseñan a revisar a la mascota, pero no nos enseñan a tratar con el propietario y hay muchos tipos”, comentó, y en seguida vino a su mente la frase que un día alguien le dijo: “Es que perro sin pulgas no es perro”.  

La también rescatista recomienda no una mascota de juguete, pues también ha visto irresponsabilidad en ese aspecto. Aunque recuerda excepciones, como cierto día que un par de niños rogaba por su conejito, “veterinaria, ¡sálvalo, sálvalo!”. 

Saira responde que no negaría la atención de una mascota a un propietario que no cuente con recursos.

“Han llegado muchos, pero prefiero que me digan la verdad, ‘quiero a mi perrito, pero no tengo dinero, atiéndemelo’. Si tengo el medicamento y no me afecta, se los doy también”. 

“Me ha pasado que atendiendo al perrito y casualmente no traen dinero, me dicen ‘espérame, voy a mi casa’, se van y ya no vuelven. Pero yo no les voy a negar la oportunidad de tratamiento a los perritos porque, si ellos pudieran, ellos me pagarían”, concluye. 

«Yo no les voy a negar la oportunidad de tratamiento a los perritos porque, si ellos pudieran, ellos me pagarían»

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