Tiempo de morir, tiempo de vivir
El camino y el caminante
Este año, el 2020 se empeñó en golpear las reservas de certidumbre y confianza de los seres humanos. A la grave lista de problemas globales que amenazan la existencia humana, se sumó la pandemia del Covid-19, provocando a su paso muerte y mayor pobreza.
El virus mortal recorre el planeta sembrando a su paso incertidumbre, preocupación, miedo, impotencia, tristeza, depresión, ansiedad, desesperanza, emociones que comprometen nuestra salud mental.
En México, algunos seguimos en la negación, otros ya manifestamos el síndrome de confinamiento, algunos otros han tomado plena conciencia del problema y van comprendiendo que no es un asunto de los otros, sino de todos, de nosotros.
La ola viene creciendo nuevamente y sabemos que aún nos esperan meses terribles, que el dolor y la muerte seguirán tocando nuestra puerta; intuimos que las proyecciones estadísticas se convierten en cercana posibilidad, experimentamos a flor de piel nuestra temporalidad, nuestra finitud.
Sin embargo, ante la amenaza latente, también puede surgir lo mejor de nosotros, podemos hacer frente a nuestra vulnerabilidad permitiendo que se manifieste nuestro amor a la vida y el coraje de existir.
Nuestros temores pueden ser neutralizados por los actos de amor, cariño, solidaridad, gratitud, compasión, empatía, respeto, fortaleza, compromiso, sentimientos que nos afilian a la vida.
Pasará esta pandemia, lloraremos y sepultaremos a nuestros muertos o alguien hará lo mismo por nosotros; enfrentaremos los retos económicos y tal vez decidamos decirle sí a la vida, así como es, preñarla de un nuevo sentido, dignificar lo que nos hace humanos, aceptar que hay dolores que son inevitables. También podemos tomar nuestro sufrimiento y convertirlo en bondad, creación, belleza; confiando, como escribiera Victor Frankl, que si tenemos una tarea por hacer, alguien a quien amar y un sentido de trascendencia, seremos más fuertes que cualquier virus por poderoso que este parezca.
Aprovecho este espacio y esta fecha para felicitar a quienes profesan la fe cristiana y hoy celebran la Navidad, el nacimiento de Jesús. Desde la otra orilla, tomo prestadas las palabras que Umberto Eco le escribió al Cardenal Carlo María Martini: “Si Cristo fuera solo el sujeto de un gran relato, el hecho de que éste relato haya podido ser imaginado y deseado por bípedos implumes, que saben sólo que no saben, sería igualmente milagroso el hecho de que el hijo de un Dios real se haya encarnado. Este misterio natural y terrenal no dejaría de turbar y ennoblecer el corazón de quien no cree”. Comparto su alegría.