Profesión: huastecófilo

Vozquetinta

A decir de Octavio Paz, la Dama Huasteca “ronda por las orillas, desnuda, saludable, recién salida del baño”. El poeta aclara que ella “viene de noche, del país húmedo”, advierte que “pocos la han visto” y nos revela el oculto motivo: “de día, es una piedra al lado del camino; de noche, un río que fluye al costado del hombre”. Me considero socio honorífico de ese selecto club de mirones, pero mi secreto es distinto: de día, la dama se me aparece como vocación; de noche, como evocación. Es mi vocación evocativa. Es mi evocación vocacional.

Gentil hembra diurnocturna, apapachadora madre noctidiurna. La Huasteca me sale al paso en cada añoranza. Lo mismo que Paz, la hallo en sus piedras, sus caminos, sus ríos, sus costados. La descubro en sus soles, sus brisas, sus nuberíos, sus arenas costeñas. Entorno los ojos frente a sus cerros, sus llanuras, sus ramazones, sus pastizales. Floto en la liquidez amniótica de sus lagunas, sus manantiales, sus chipichipis, sus sudores pétreos y botánicos. Me enchino la piel ante sus verdes madrugadores, sus azules matutinos, sus ocres de media tarde, sus oros previos al anochecer.

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Una de las mañas favoritas que tiene para seducirme es mediante guiños musicales. Bien sabe mi debilidad por los sones huastecos, los gustos, las levas, los zacamandús, las cecilias, los huerfanitos, las peteneras, los apasionados, las presumidas, los cielitos lindos, las rositas, los caimanes, las huazangas, no se diga los llorares. Me halaga el oído con lo ancestral de sus piezas carnavaleras y de xantolo, sus vinuetes, sus sones de costumbre, sus danzas, sus canarios, para rematar con una ceremonial, florida, entrañable xochiptzahua. Y ya entrados en complacencias, acepta recrear especialmente para mí un zapateado serrano, un huapango norteño, un son arribeño con remate de jarabe, una vieja polquita o un vals de cuna montañosa pero huastequizado.

La tradición —palabra desgastada en otros rumbos del país de tanto repetirla como muletilla— está lejos aquí de los convencionalismos. Fluye de manera natural, libre, sin que nadie la imponga ni la acote a determinado programa oficialista. Y al menos en cuanto a música, la tradición huasteca atraviesa por una fértil etapa de difusión que rebasa las fronteras regionales, llena de creatividad e innovación; verbigracia: el uso de la quinta huapanguera y la jarana como instrumentos solistas, para pespuntear la melodía a la par del violín o en lugar de él, no nada más apoyándolo con mánicos.

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Su geografía la llevo, heredada, en mi propio paisaje interno. Comulgo con su gente, paisanos míos de esta vasta región geocultural compartida por seis estados. Su cultura forma parte privilegiada de mis investigaciones, de mi pasión comunicadora; en resumen: de mis afanes de vida, trabajo, trascendencia. Y hoy, claro, también de un emotivo Vozquetinta.

Natalidad-andanza-destino. Vientre-sangre-aliento. Raíz-savia-humus. Mi porqué, mi paraqué, mi paraquién. Mi fui, mi soy, mi seré. Mi tierramar, mi martierra, mi umbilical Huastecapan. ¿Cómo no voy a vibrar contigo, Dama Huasteca?

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos