Corresponsabilidad de humildad
El Surtidor
Es llamativo el prestigio que tiene la frialdad. Parecería incluso que fuera garantía de objetividad. “A su vez supondría un factor decisivo de la buena profesionalidad. Nada de emocionarse y cuidado con la cálida influencia de los sentimientos. Lo importante sería mantenerlos al margen, muy singularmente si hubiera de adoptarse alguna decisión. Pronto accedemos al extremo de incluir en tamaño planteamiento cuanto tenga que ver con los demás. Nada de dejarse influir. Ni en el mejor de las situaciones, con excepción de ciertos ámbitos muy próximos, en los que también, en todo caso, convendría no conmoverse”. Esto que dice Ángel Gabilondo Pujol me hace reflexionar en el sentido de la deshumanización al que nos ha llevado el alejamiento de los seres humanos. La contradicción de la ultra conectividad del siglo XXI y el aislamiento de nuestra convivencia con los dispositivos móviles.
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Michael Onfray decía hace un tiempo en una entrevista: “Personalmente pienso que “cambiarse” es contribuir a cambiar el orden del mundo. Creo en la ejemplaridad. Uno es, para sí, el eje en torno al cual se envuelve la vida de los otros. En este orden de ideas, desde que somos dos, ya nos encontramos ante una comunidad. Por eso la pareja es el primer módulo político, al cual le sigue la familia, sea cual sea su composición. Y las relaciones. Es como esos círculos que se forman cuando tiramos una piedra al agua. Esas comunidades nómadas forman esos círculos que son a su vez penetrados por otros”.
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Este pasaje y el sentido último de estos días de afianzar la identidad me hacen pensar en lo que Hunter S. Thompson escribió en la primavera de 1958, cuando le mandó una carta a su amigo Hume, quien le pedía consejos sobre el sentido de la vida. En ella, él apuntó: “La respuesta (que es, en cierto sentido, la tragedia de la vida) es que buscamos entender la meta y no al hombre. Ponemos una meta que demanda de nosotros ciertas cosas: y hacemos estas cosas. Nos ajustamos a las demandas de un concepto que no puede ser válido. Cuando eras joven, vamos a suponer que querías ser bombero. Me siento razonablemente seguro de decir que ya no quieres ser un bombero. ¿Por qué? Porque tu perspectiva ha cambiado. No es el bombero quien ha cambiado, sino tú. Cada hombre es la suma total de sus reacciones a la experiencia. Como sus experiencias difieren y se multiplican, tú te convertirás en un hombre diferente y por lo tanto tu perspectiva cambia. Esto sigue y sigue. Cada reacción es un proceso de aprendizaje sumamente significativo, que altera tu perspectiva. Así que parecería tonto ajustar nuestras vidas a las demandas de una meta que vemos desde un ángulo diferente cada día ¿o no? ¿Cómo podemos esperar lograr algo más que una neurosis galopante? La respuesta entonces no debe de tratar de metas en absoluto, o al menos no de metas tangibles en todo caso. Tomaría montones de papel desarrollar este tema a satisfacción. Sólo Dios sabe cuántos libros se han escrito sobre “el sentido del hombre” y ese tipo de cosas, sólo dios sabe cuántas personas han ponderado el tema. (Utilizo el término “sólo Dios sabe” puramente como una expresión”). Hay muy poco sentido en que yo intente dártelo en un proverbial resumen, porque soy el primero en admitir mi absoluta falta de certificaciones para reducir el significado de la vida a uno o dos párrafos”.
Empero, las visiones de Pujol, Onfray y Thompson son, entre otras cosas, muestras asibles de que, en la furia de los días, lo único que nos salvará es el entendimiento de nuestra corresponsabilidad de humildad y sentido humano de hermandad.