Algo sobre el miedo
El Surtidor
Desde que el ser humano tiene conciencia de que es humano, ha estado cierto de que cuenta con una serie de sentimientos innatos, quizá, el que más ha definido por diversas características, el que más le ha servido para sobrevivir y para actuar, es el miedo.
El miedo provoca y paraliza. Beneficia y perjudica. Desata guerras y aleja enemigos, llama a la acción y a la inactividad. Inspira obras de arte y las repele. Genera problemas y da soluciones. El miedo es una moneda de cambio con dos caras que incluso cuando cae de canto genera una reacción.
El miedo aparece cuando se cree estar en peligro. Es una respuesta emocional que se activa ante diversas amenazas y suele estar acompañada de cambios fisiológicos como: respiración acelerada, pupilas dilatadas, aumento en el ritmo cardiaco y la presión sanguínea, que preparan a la persona para huir o luchar.
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Esta emoción ha acompañado al ser humano a lo largo de su existencia, aun cuando las situaciones que la generan han cambiado con el tiempo; de ahí su importancia como mecanismo de supervivencia.
Para las investigadoras: Salma Rivera y Carolina López, “Durante mucho tiempo los principales temores que atormentaban al ser humano eran producto de la naturaleza: epidemias como la peste y la viruela; incendios causados por rayos, plagas que destruían cosechas o propiciaban enfermedades, terremotos y erupciones volcánicas; sin embargo, han surgido otros a partir del contexto social y cultural en el que las personas viven.
De manera general, existen algunos miedos que, aunque son propios de las etapas de crecimiento, se presentan de acuerdo con las experiencias, así, uno de los primeros miedos es a la oscuridad; en la adolescencia puede surgir el miedo a defraudar a los padres, a sentirse humillados y pasar vergüenza. En la etapa adulta, suelen aparecer los relacionados con la pareja o el éxito profesional, mientras que, en la vejez, los afines con la pérdida de autonomía, dependencia, soledad y la muerte.
Los miedos se clasifican en dos tipos, según su origen: los irracionales y los reales. Los primeros, no generan daño o no existen, por ejemplo, la oscuridad, fantasmas o hablar en público. Estos miedos son aprendidos, debido a que pueden depender de los estímulos o experiencias a las que se ha enfrentado una persona. Los reales están asociados a una amenaza tangible, cuyos resultados son perceptibles, como animales venenosos, una pelea, secuestro o cualquier situación que pueda generar daño físico”.
El miedo es, según Lucrecio, el “aguijón invisible” que nos nubla la mente, nos roba el sueño, nos aparta del mundo y nos hace egoístas y crueles. Esto que plantea Bernart Castany Prado en su libro “Una filosofía del miedo”, también sirve para explicar de qué modo “el miedo nos lleva a exagerar las amenazas, minusvalorar nuestras resistencias y confundir nuestra razón (cognoscitiva); de qué modo nos aparta del mundo, impidiéndonos conocerlo, recorrerlo e inscribirnos en él (ontología); de qué modo multiplica las pasiones tristes, como la ira, la vergüenza o la desesperanza, llegando a hacernos crueles, pues es natural desear destruir o apartar aquello que sentimos como una amenaza (ética); y de qué modo erosiona el lazo político, volviéndonos desconfiados y solitarios, para arrojarnos, finalmente, a los brazos de los traficantes del miedo, que prometen protegernos de las amenazas que ellos mismos exageran o provocan, a cambio de que les entreguemos nuestra libertad (política)”.
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