Voladores, más que un espectáculo, es un rito

El también comerciante comparte su pasión por mantener viva esta danza y tradición prehispánica

Gilberto González Palacios es el comerciante que vende bromas y trucos de magia en el Jardín la Floresta, en Tulancingo, para ganarse el sustento, pero su gran pasión es mantener vivo el rito volador. 

Con emoción y orgullo, el hombre de 53 años se pierde en sus pensamientos, quisiera contar en un instante todo lo que significa subir, dejarse caer, sentir el aire, ser un “volador”: es como transformarse. 

Así lo expresó en entrevista para La Jornada Hidalgo el también director de Voladores Aztecas de la Sierra Norte de Puebla en una de sus presentaciones en la Expo Feria Tulancingo. 

Foto: Nathali González

Como caporal -encargado de dirigir el ritual con el sonido de su flauta y el tambor-, el maestro originario de Copila, en el municipio de Naupan, Puebla, pero radicado en Tulancingo, Hidalgo, continúa enseñando esta tradición prehispánica. 

Envuelta en tantos significados y simbolismo ancestral, la danza de los voladores es el ritual indígena que se utilizaba para pedir que lloviera tras sufrir un largo periodo de sequía, explicó el maestro.

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Fue el primer niño volador de Puebla

Todo comenzó cuando, desde niño, a Gilberto le inquietó ver a su padre, Eligio Rafael González, realizar el rito volador, de quien tomó su penacho y comenzó a practicar, “lo recuerdo como si fuera ayer, tenía 8 años cuando inicié”, señaló. 

“Era un martes, hacían los preparativos para la fiesta del Miércoles de Ceniza; yo andaba jugando y mi maestro, que era un vecino, Pascual Maldonado Varela, cuando terminaron me dijo: ‘Vente, vamos a subir el palo volador’, él me enseñó primero la práctica. 

“Llegué arriba, me amarraron, iba con la emoción, volé, y cuando llegué abajo mi maestro me dijo: ‘Desde mañana tú bailas con nosotros, te enseñamos, mañana nos presentamos’, y así fue”. 

En ese tiempo, precisó el entrevistado, no había los niños voladores, pues solo subían personas mayores, y ver a alguien de 8 años hacer el rito volador llamó la atención de todos los asistentes. 

“Participamos miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo, y a los ocho días ellos tenían un contrato en Huachinango, Puebla, con una altura de 42 metros, era lo doble que yo había subido”. 

Tras las competencias del rito volador en su estado natal, Gilberto González fue identificado como el primer niño volador de Puebla. 

“Bailamos arriba y el vuelo fue espectacular, estuvo el gobernador de Puebla, no recuerdo quién era, yo era un niño”. 

A los 16 años formó su primer grupo como Voladores Aztecas.

Sigue al pie de la letra la lección de su maestro

Desde temprana edad quedó grabado en la mente del volador, y después caporal, una lección que le dio su maestro, “nunca vayas a modificar un paso ni copiar sones de otro lado, conserva tus raíces”, “y yo lo he llevado al pie de la letra”, aseguró. 

Para el director de Voladores Aztecas de la Sierra Norte de Puebla lo más importante en esta danza es preservar el legado que dejaron los ancestros. 

Foto: Nathali González

“Yo he visto que muchos grupos, con el simple hecho de que saben tocar la flauta, copian cualquier son, aunque no sea de volador, y eso es lo que no se debe hacer”, sostuvo. 

El maestro Gilberto, quien instruye a niños y niñas en el rito volador, mencionó que hay jóvenes que aprenden el ritual sin tomar en cuenta que van de la mano la práctica y la teoría. 

“Gracias a que obedecí y que me gusta la cultura, pues he llevado al pie de la letra las enseñanzas de mi maestro y de mi padre, aquí estamos, ensayando a los jóvenes; considero que somos de los únicos grupos que hasta el momento ha mantenido este legado”. 

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En pandemia su preocupación fue dejar de enseñar

“Yo me enfermé en pandemia y de verdad no me daba tristeza morirme, sino llevarme el legado, me faltaba enseñarles mucho a las nuevas generaciones. Yo me preocupaba por que esto no se pierda. 

“Para mí es preocupante irme y no enseñar, yo sé 38 sones y cada uno tiene un significado. Yo quiero dejar el legado, pero algo real y espero que lo entiendan como yo lo entendí de mi maestro”.  

El señor Gilberto aclaró que de los sones no se deben sacar las mañanitas, el huapango, ni la música navideña, porque son distintos al rito volador, del que dijo mucha gente lo conoce solo como “el vuelo”, pero son cuatro momentos atrás de ello. 

“Desde que se pide el árbol (palo) al monte para ir a hacer el corte, ofrendarlo, el arrastre para llegar a la zona central donde se lleva el árbol, volver a ofrendar ahí para protección de los voladores y la siembra. 

“Lo último es lo que conoce la gente como un espectáculo, pero que en realidad es un rito”, refirió. 

También explicó que un palo volador debe medir normalmente los 14 metros, 13 vueltas son las que dan los voladores, sumando las cuatro personas que tradicionalmente se lanzan al vacío, da un resultado de 52 vueltas, el mismo número de semanas que marca el año. 

La última vez que voló

El maestro Gilberto recuerda que la última vez que voló no tiene mucho y fue con su hijo Julio César González Flores. “En 2018 y 2019, y eso porque no me creía, yo le enseñaba fotos, ‘¿a poco tú eres?’, me decía”. 

“Lo que pasa es que me canso un poco al llegar arriba, pero de ahí ya no pasa nada, el otro (palo) que teníamos era de 20 metros, ahí mi hijo tuvo el gusto de subirse conmigo y volamos. 

“Igual me pasó a mí, cuando tenía 15 años mi papá ya no subía, era inactivo en la danza, yo le dije ‘oye, papá, yo tengo ganas de que se suba usted conmigo’, y contestó ‘te voy a dar el gusto’, subió, yo tuve la fortuna también de volar con mi padre”. 

Foto: Nathali González

Se necesitan escuelas para niños y jóvenes voladores

Gilberto González Palacios señaló que se necesitan escuelas para niños y jóvenes voladores o algunos talleres para que esta manifestación cultural, que fue declarada en 2009 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, se preserve. 

Asimismo, el caporal sostuvo que hace falta apoyo de los gobiernos para todos los danzantes del rito volador en México. 

“Una vestimenta cuesta de 5 a 8 mil pesos, lo poco que nos dan (en las ferias) es para invertirlo, porque la vestimenta se deteriora. 

“Yo estoy muy contento de conservar esto, ojalá tenga más tiempo de vida de seguir ensayando, que esto no se pierda, no trabajamos por lo económico, sino porque realmente amamos nuestra cultura”, concluyó. 

No trabajamos por lo económico, sino porque realmente amamos nuestra cultura 

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