Estoy casi seguro que el día que se suicidó, Ernest Hemingway sufrió un lapso del secuestro de la amígdala. A propósito de su muerte, Mario de las Heras, escribió en el portal El Debate: “La literatura y la vida sin freno le procuraron una existencia de 61 años contada y salvada en sus cuentos y novelas, justo hasta que, enfermo, aquellos agarraderos ya no le sirvieron más. Había llegado al final de la escapada como aquel torero sin suerte al que acompañó el boyante picador Zurito, como el infeliz Francis Macomber y tantísimos infelices enmascarados en sus páginas que quizá tuvieron su culminación más lograda en el viejo pescador que regresó a tierra, después de una aventura impensada, con el esqueleto del pez espada, la «contrametáfora» de sus efímeras fotografías orgullosas al lado de enormes y colgantes peces azules que él antaño había logrado sacar del mar”.
Según la página web: https://escoeuniversitas.com: “El secuestro de la amígdala cerebral es una respuesta emocional inmediata y abrumadora con una posterior comprensión de que la respuesta fue inapropiadamente fuerte dado el detonante”.
El secuestro de la amígdala puede ocurrir cuando la amígdala interpreta una situación como amenazante, incluso si no lo es en realidad. Esto puede desencadenar una respuesta de “lucha o huida”, liberando hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina, preparando al cuerpo para la acción.
El psicólogo promotor del concepto de «Inteligencia Emocional», Daniel Goleman, acuñó el término basándose en el trabajo del neurocientífico Joseph LeDoux, que demostró que cierta información emocional viaja directamente desde el tálamo a la amígdala sin comprometer el neocórtex o regiones cerebrales superiores. Esto provoca una fuerte respuesta emocional que precede al pensamiento más racional.
Pongamos de ejemplo el hecho que hace cientos de miles de años, para los antepasados del homo sapiens sapiens, la respuesta emocional inmediata ocasionada por el secuestro de la amígdala tenía un propósito: salvar al humano, garantizar su supervivencia. Imagina que vas con tu familia (que en ese tiempo era el equivalente a tu manada) y se encuentran con un animal que desea comerles, el cerebro no perdería tiempo en pensamientos racionales; por lo tanto, gracias al secuestro de la amígdala, se generaría una respuesta de huida o lucha, lo cual permitiría que sobrevivieran para contar la historia.
En pleno 2025, es casi imposible que encontremos bestias hambrientas y sedientas de sangre. Sin embargo, en una sociedad cada vez más deshumanizada, es casi seguro que nos encontremos con conductores imprudentes que nos provocan, gente irrespetuosa y conflictiva, estrés laboral, familiar, social, así como múltiples situaciones que muy bien pueden conducir a ese ocasional secuestro de la amígdala.
Por la naturaleza propia de nuestra especie, nunca podremos dejar de estar alertas, ni tampoco estaremos exentos de tener una reacción ante los estímulos externos, sin embargo, lo que sí podemos hacer de manera consciente es aprender a identificar las señales físicas y emocionales que preceden a un secuestro emocional, lo cual nos permitiría tomar conciencia de la situación y lograr así que los secuestros de la amígdala no sean quienes dominen nuestra existencia.
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