Roberto Bolaño y su rastro en Pachuca
CIRCO SÓNICO
De muy pocos artistas se puede decir que son un universo estético en expansión, pese a que no siga su físico en este mismo plano existencial; uno de ellos es el escritor chileno Roberto Bolaño, quien tiene una obra cuyas posibilidades interpretativas y emocionales crecen día con día (otro más es el músico argentino Gustavo Cerati).
Nacido en 1953 y fallecido el 15 de julio de 2003 en Barcelona, a dónde fue trasladado desde Blanes, pequeña población en la que residía; murió a la espera de un hígado para que pudieran realizarle un trasplante, ya que el suyo era ya inservible. Para aquel momento era una figura reverenciada tanto por la crítica como por la gran cantidad de lectores que consiguió en vida -un aspecto muy valioso para tener en cuenta-.
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Incursionó primero en la poesía y destacó como un gran cuentista; además se le dio bien el ensayo, pero fue a través de la novela con lo que obtuvo su consagración definitiva. Dos son los libros con los que consolidó un lugar histórico en las letras: Los detectives salvajes (1998) y 2666, publicada en 2004 de forma póstuma.
No me extraña que haya lectores con formación académica de humanidades (como el Dr. Edgar Castillo) que a la hora de hincarle el diente a la literatura puedan expresar que después de Bolaño no ha habido algo tan emocionante e impactante. No voy a entrar en la polémica, pero puede entender que el nativo de Santiago de Chile se cuele en los afectos lectores de muchas personas, dado su vitalismo y una manera perfecta para plantear temas como el extravío, el exilio y la búsqueda de alicientes en tierras extrañas.
No son pocos para los que Los Detectives salvajes provocó un shock artístico tan fuerte como el que en su momento produjo en otros (o en los mismos) En el camino de Jack Kerouac. La tentación por encontrar en el propio viaje una experiencia iniciatica es grande y lo mismo puede ocurrir yendo de Nueva York a San Francisco, como en la odisea beatnik, que buscando a una poeta perdida en Puebla o armando una revuelta literaria en la Ciudad de México, como lo hacían Bolaño & company.
Es de sobra conocido que Bolaño vivió en la capirucha por el rumbo de La Villa de Guadalupe, en la Colonia Industrial -muy cerca también de Indios Verdes y la salida hacia ese sitio ignoto llamado Pachuca-. ¿Cómo podría atraer a un extranjero una ciudad que a finales de los setenta y principio de los ochenta sólo era conocida por una frase despectiva que te mandaba a consultar la hora?
Quiero apuntar que en Los detectives salvajes se hace un recuento de una corriente literaria que es llamada real visceralismo y en un momento dado se intenta ubicar el destino de cada uno de sus miembros (más allá de los dos protagonistas que son Arturo Belano y Ulises Lima); es entonces que se menciona que una de las escritoras terminó asentada, nada menos, que en Pachuca y siendo encargada de dirigir el Cine-club local… de alguna manera ese personaje reflejaba el infortunio y la derrota… el extravío, de nuevo.
Siendo optimistas, Pachuca aparece mencionada en una de las grandes obras de la segunda mitad del siglo XX; por otro lado, es un caso más en que se usa a la ciudad para ejemplificar a una especie de No lugar, a un sitio donde no pasa nada y priva el olvido. Puede resultar un apunte doloroso, pero es lo que hay.
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Durante muchos años me encargué de coordinar y programar el Cine-club de Pachuca, por lo que siempre he sentido conexión con aquella mujer mencionada en Los Detectives salvajes, pese a vivir en un lugar poco agraciado y estimulante.
Así las cosas, cierro está entrega con un apunte del escritor Edmundo Paz Soldán, quien en su libro Bolaño salvaje, perfila con precisión la importancia del también autor de Estrella distante, La literatura nazi en América y Putas asesinas: “Roberto Bolaño ha pasado, en muy pocos años, de ser un poeta marginal a ocupar un espacio medular en el imaginario de las últimas generaciones de lectores, que perciben en él una nueva manera de concebir el mundo de las letras como una aventura pasional y de asumir la tarea del escritor con la rebeldía de un perpetuo inconforme”.