Nube urdimbre de Damián Ortega: arte, ciencia y poesía que deslumbra

CIRCO SÓNICO

Impresionante el momento en el que el arte se funde con la ciencia a través de una obra perfecta, precisa y evocativa que lo único que hace es provocar poesía por cualquiera de sus aristas… esto es lo que he pensado y sentido tras contemplar la instalación Nube urdimbre del artista mexicano Damián Ortega y que actualmente se exhibe en el Palacio de Bellas Artes.

Se trata de una retícula de hilos en los que se ha incrustado bolas de yeso para seguir un patrón que reproduce a gran escala la molécula del agua; al final de cada hilo se remata con una piedra de río con la intención de brindarle peso y estabilidad. El resultado es una estructura casi del tamaño de un cuarto que genera efectos ópticos espectaculares.

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Nube urdimbre no hace sino remontarme al poema Oda a nadie, incluido en el libro Los elíxires de la ciencia, publicado por el alemán Hans Magnus Enzensberger en 2002:

“Pero no te encuentras ni lejos ni temprano

o tarde, estás aquí.

Tu mirada recta cae

como nieve hecha de aire…”

Se trata de una pieza monumental que paradójicamente destaca por su ligereza, por esa capacidad que tiene de ser casi traslucida y que lleva a las personas a retratarse desde casi todos los ángulos posibles; algo que debe tener muy complacido al artista -de eso estoy seguro-.

Nos encontramos delante de una construcción que habla de simetría, de física y química, de ciencias aplicadas; tan sólo para recordar que un patrón matemático produce una experiencia estética superlativa mediante los fractales… poesía visual.

Es adecuado pues entreverar Nube urdimbre con la poesía de Octavio Paz y uno de los textos de Árbol adentro:

“…el agua al andar murmura,

la piedra inmóvil calla.

Viento, agua, piedra.

Uno es otro y es ninguno:

entre sus nombres vacíos

pasan y se desvanecen

Agua, piedra, viento”

Y es que Nube urdimbre merece que se le revise desde diferentes aspectos… es una instalación magnífica, pero al menos hay tres más de altísimo nivel conformando Pico y elote, la exposición retrospectiva que coloca a Damián Ortega en un lugar preponderante del arte contemporáneo, a partir de que se nutre tanto de la cultura popular mexicana como de la simbología del maíz, un elemento fundamental para los pueblos latinoamericanos.

Este magno repasó de la trayectoria del artista nacido en la Ciudad de México durante 1967 se exhibió el año pasado en el MARCO de Monterrey y ahora establece un diálogo muy interesante con la arquitectura porfiriana y nouveau del Palacio de Bellas Artes capitalino.

La Galería Kurimanzutto, con quien el creador ha trabajado durante años, apunta sobre su trabajo: “A través del ingenio y el humor, Damián Ortega deconstruye objetos y procesos, al alterar sus funciones y transformarlos en experiencias novedosas y situaciones hipotéticas. Ortega se mueve en una escala que va de lo molecular a lo cósmico y, como menciona el crítico de arte Guy Brett, consigue conjugar lo cósmico con lo accidental. Su obra aplica conceptos de la física a las interacciones humanas en donde el caos, los accidentes y la inestabilidad producen un sistema de relaciones en flujo constante. Ortega explora la tensión que habita cada objeto: lo enfoca, reorganiza, escudriña e invierte su lógica para revelarnos un infinito mundo interior”.

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Cierro mi digresión en torno a Nube urdimbre con un fragmento de un poema de

José María Hinojosa:

“Una gota

de agua,

engendra un sol…”

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