Desde hace algunos años, las reacciones sociales después del 8M se centran en los daños materiales que pintas y quiebres de vidrios dejan a su paso. Pareciera que los miles de carteles que denuncian las múltiples formas de la violencia de género, el racismo, el clasismo, el capacitismo se diluyen frente al supuesto horror que causan los destrozos que las manifestantes dejamos a nuestro paso.
En Oaxaca, Chihuahua, Veracruz, Coahuila, San Luis Potosí, Puebla, Nuevo León e Hidalgo la protesta fue reprimida por las autoridades que rodearon sus edificios con vallas y pusieron a cientos de elementos policiacos al resguardo de estos, desvirtuando el propósito real que estas fuerzas tendrían que tener: proteger PERSONAS, no edificios.
Un día antes de que sucediera la marcha en Pachuca, el Gobernador ya informaba que blindaría el Palacio de Gobierno, señalando lo siguiente:
“Se van a generar condiciones de protección a los inmuebles… la inmensa mayoría de las mujeres que participan, lo hacen de manera pacífica.”
¿A qué se refería? A que reconoce que las formas legitimas de protestar son las de aquellas que caminan por las calles, gritan consignas y llevan carteles. Todo lo demás, no sería reconocido como una legitima protesta (que lo es), sino como un ataque.
Tengo que reconocer que ideológicamente no coincido con varios de los grupos feministas que existen en Pachuca, pero la represión que sucedió el sábado para defender los vidrios, la pintura guinda y las paredes del Palacio de Gobierno, no tiene precedentes y es inaceptable.
Las imágenes y los videos son claros, hubo gritos, consignas, pintas, incluso el nombre de Rosaura víctima de feminicidio junto a otros miembros de su familia por parte de un policía que fue liberado por la deficiente investigación de la Fiscalía General del Estado y que nos demostró que para el estado las vidas de las mujeres y otras personas en vulnerabilidad no importan. Rosaura es solo una de las victimas a las que el estado no pudo proteger con la misma vehemencia que protegieron al Palacio de Gobierno y aun así la clase política y ciertos sectores privilegiados de Pachuca están indignades.
Indignades por “la violencia de las feministas”, indignades por las pintas al histórico reloj de Pachuca con su cantera blanca que jamás se recuperara. Ese reloj “dañado de forma irreparable” es una analogía de lo que la violencia de género causa en nosotras, nosotres y nosotros: las personas víctimas de violencia sexual y física, las que han desaparecido, las victimas de feminicidio, sus familias nunca, nunca vuelven a ser ni existir como eran antes de la violencia.
Dicen algunos que el Estado desperdicia recursos tratando de recuperar los inmuebles dañados, recursos que podrían ser utilizados para la búsqueda de justicia. Realmente si nos ponemos a hacer cuentas el estado desperdicia mucho, pero mucho más presupuesto en fiscalías, juzgadores y políticas públicas que no están salvando, ni asegurando la vida y la integridad de todas. Eso, para que vean, si no son formas, no son formas de gobernar y hacer política transformadora.
Pero aun así pobrecito Reloj, ojalá no se recupere nunca y se quede como un recuerdo de una generación de personas que estamos cansadas de la violencia y de las inútiles respuestas del estado.
Esta represión jamás, jamás puede volverse a repetir.
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