Deifilia Ávila Ramos o mamá Villa, como la conocen sus nietos, tiene 87 años, es la mayor de nueve hermanos, hija de Belem Lorenzo Reyes y Serafín Ávila Cornejo.
La historia de mamá Villa comenzó en 1937 en una pequeña comunidad conocida como Talixco, actualmente Francisco Javier Gómez, en Veracruz, donde creció entre carencias sociales.
A pesar de su interés por estudiar, solo tuvo oportunidad de llegar al segundo grado de primaria, pues apenas acudía dos o tres veces a la semana, ya que tenía que cumplir con las labores del hogar.
Desde los cinco años ya tenía a su responsabilidad el cuidado de sus hermanos y conforme fue creciendo las tareas aumentaban, al punto que debía cocinar, hacer tortillas y lavar a mano antes de dedicarse al estudio.
Pronto, estas responsabilidades superaron a sus deseos y terminó por abandonar la escuela, sin embargo, nunca perdió su habilidad en las matemáticas y hasta la fecha es capaz de hacer diferentes operaciones mentalmente.
Conoció a su esposo Mario Aguilar con quien se casó a los 19 años y juntos criaron a nueve hijos, “creo que he cumplido tratando de educarlos para que sean personas de bien”.
Su matrimonio duró 61 años hasta la muerte de él, uno de los momentos más dolorosos de su vida, “Mi gran tristeza fue cuando murieron mis padres, mis tres hijos y mi esposo”.
Una historia marcada por guerrilleros
Aunque mamá Villa afirma tener 87 años, recuerda que cuando nació fue registrada en una fecha distinta e incluso con apellidos distintos, lo que la ha llevado a pensar que es aún más grande de edad por las historias que le contaba su mamá.
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De 1926 a 1929, México atravesaba por un conflicto armado conocido como “La Guerra de los Cristeros”, que resultó en la muerte de 250 mil personas y un número similar de refugiados hacia los Estados Unidos.
Durante esta época, la familia de mamá Villa apenas contaba con lo necesario para alimentarse, aun así, los guerrilleros llegaban a sus hogares y les arrebataban lo poco que tenían.
Unas tortillas, atole de maíz y un poco de salsa molcajeteada era el botín de aquellos hombres armados, quienes se retiraban sin remordimiento por sus actos, pero sin saber que lo más preciado se mantenía oculto.
Era conocido que estas personas arrebataban a las niñas de sus hogares y no se volvía a tener conocimiento de su paradero, por ello, las ocultaban debajo del molendero o fogón y entre la leña para no ser vistas.
De palabras de su madre recuerda esta historia y lo difícil que era conocer cómo cambiaban la vida de muchas familias.
Fundadora y promotora de la religión en su comunidad
Desde pequeña su madre le enseñó la devoción por el cristianismo, aprendió a rezar y acudía constantemente a la iglesia a pesar de la distancia que debía recorrer.
Este fue el motivo para que, junto con otras cuatro personas, comenzaran a reunir recursos para construir una pequeña capilla en el año de 1995.
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Este templo religioso está dedicado a la memoria del presbítero y general de brigada, Francisco Javier Gómez Bello, santo patrono de la comunidad, y que hasta la fecha sigue cobijando a los creyentes en diferentes celebraciones religiosas.
Herencia familiar
Trabajar desde pequeña le dejó una enseñanza importante, el ahorro. Con esta disciplina, pudo adquirir junto con su esposo, algunas tierras que les permitieron mejorar su calidad de vida y construir un hogar.
Pero esta no es la herencia más importante que ha forjado para su familia, sino su conocimiento en el campo y en la vida.
Sus enseñanzas van desde la herbolaria, la crianza y reproducción de animales de granja, las temporadas de cultivo, las fiestas culturales y la gastronomía tradicional.
Es amante de las flores y fiel creyente de su religión, una persona disciplinada y responsable, dedicada a su familia y a su hogar, pero lo más importante, es que se ha convertido en la mejor abuelita.