Lucero de mis mañanas periodísticas
Vozquetinta
Los viernes representaba un día de fiesta para el retraído escuincle de nueve años que era el tal Enrique Rivas Paniagua en 1959. Con ansiedad tomaba yo el diario Novedades (mi padre, a quien le heredé su vicio matutino de leer el periódico, lo recibía en casa) y rápido me iba a la sección llamada “Lucero”, donde cada semana el rotativo publicaba, sin restricción alguna, dibujos y textos breves, ambos hechos, no por gente adulta, sino por todo el público infantil que quisiera y se animara a enviárselos por correo.
¡Ay, qué chinita se me ponía la piel al ver ahí mis rupestres trabajillos! Comencé mi carrera con varios dibujos, trazados en tinta china (entonces no era posible imprimir los que se hacían a lápiz). Tiempo después, cuando ya contaba yo diez u once años, tuve el descaro de pedirles espacio fijo para tener una columnilla escrita. Quién sabe qué mosco les picó pero la aceptaron, con todo y el farolero título que propuse: “Reportajes”. El inicial lo dediqué al zoológico de Chapultepec, lleno de ripios y lugares comunes. Mi favorito, sin embargo, fue el que más tarde escribí acerca del recién inaugurado Ferrocarril Chihuahua-Pacífico, para lo cual me fusilé los datos que tomé de cierto documental (aquellos famosos “cortos” previos a la exhibición de cualquier película) que vi en un cine de mi colonia.
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Hablo de memoria. Para infortunio mío, no conservo ni un solo ejemplar impreso de aquellos periódicos y me da cus-cus (si no es que hueva) ir a consultarlos a la Hemeroteca Nacional. Lo que jamás he olvidado es el nombre del responsable de “Lucero”: Arístides Mateos, alias “Corín”. Lamento muchísimo no haberlo conocido en persona y paliqueado juntos alguna vez. ¡Cuánta gratitud le expresa ahora el vetarro que soy, a nombre del jurásico niño letrólatra que fui!
En días pasados me metí a las redes internéticas para buscar más información de don Arístides. A duras penas di con un triste articulito alusivo a él en La Gaceta de Salamanca, del 25 de julio de 2020. Ahí se afirma que nació en dicha ciudad española, que allá estudió dibujo artístico y periodismo, que llegó a México en 1960 (dato erróneo, porque su arribo fue por lo menos un año antes) como director del mentado “suplemento” (en realidad, sólo era una página) y que pasó el resto de sus días trabajando en nuestro país como publicista y diseñador de carteles y de emblemas (los hoy nombrados logotipos) institucionales. Ni una palabra de sus fechas de nacimiento y muerte. ¡Triste olvido en que lo tenemos también los mexicanos!
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Abrir de par en par un sitio periodístico a la niñez que dibuja o escribe (no a la adultez que dibuja o escribe para infantes) fue y será siempre una labor plausible, un mérito mayúsculo, virtualmente una hazaña. Ignoro qué tantas vocaciones artísticas o literarias haya despertado entre la chiquillada el buen “Corín”, pero estoy seguro de que no fueron pocas. Al menos soy testigo fiel de una: la mía. Porque la noble “Lucero” supo conquistarme y abrir el grifo de una tinta indeleble. O dicho con mayor equidad: de la vozquetinta que tengo por motor de mi existencia.
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