Los tiempos del Señor

Vozquetinta

Citaré la misma fuente, en dos versiones. La primera es la que escuché en 1965, musicalizada por Pete Seeger y abarrocada por la guitarra eléctrica de doce cuerdas, el bajo punteado y la bataca a contratiempo de mis ídolos The Byrds: “To everything, turn, turn, turn, there is a season, turn, turn, turn, and a time to every purpose under heaven”. La segunda la leí mucho después, es del siglo tercero antes de nuestra era y la incorporó a la Biblia un filósofo que se ha querido identificar con el rey Salomón, pero oculto tras el seudónimo literario de Qohelet o Qohélet (‘el predicador’): “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo”.

La génesis de ambas citas está enraizada en las páginas del Eclesiastés. Se trata de uno de los libros sapienciales, donde nos sorprende descubrir que aquella lapidaria sentencia de «No hay nada nuevo bajo el sol» es bíblica y por tanto más vieja que Matusalén. Un libro de cavilaciones, a ratos con cierto tufo de pesimismo, acerca de la voluble condición humana y el papel que en ella juega lo temporal: “Tiempo para nacer, y tiempo para morir; […] tiempo para lanzar piedras, y tiempo para recogerlas; tiempo para los abrazos y tiempo para abstenerse de ellos; […] tiempo para callarse, y tiempo para hablar; tiempo para amar, y tiempo para odiar […]”.

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En la hipnótica rola del añejo folk-rock se oye cantar: turn, turn, turn [‘vuelta, vuelta, vuelta’ o ‘gira, gira, gira’]; there is a season [‘hay una estación’, ‘una época’]; a time to every purpose [‘un tiempo para cada propósito’]. En el proverbial tratado eclesiástico se lee: “Más vale un muchacho pobre y con buen criterio que un rey viejo y tonto que no sabe pedir consejos”; “Me puse a detestar todas las molestias que me había dado bajo el sol, puesto que debo dejarlo todo al que vendrá después de mí”; “Vi que todos los que viven bajo el sol se ponían de lado del nuevo, del joven que asumía la sucesión; interminable era la multitud de los que venían a rendirle homenaje; un día, sin embargo, no estarán más contentos con él; esas son, pues, cosas que no duran: se corre tras el viento”.

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“Los tiempos del Señor —afirmó alguien hace unos días— son perfectos”. La frase, tuiteada como nuevo Eclesiastés, lleva la aureola de una ambigua mayúscula señorial. ¿A quién se refiere? Como respondíamos en mi juventud sesentera y setentera (la misma, dicho sea de paso, del más probable de los aludidos): depende de qué tan cochambrosa tengas la mente. O quizá, para recurrir a una máxima también usual en aquel entonces y hasta hoy muy común en la idiosincrasia mexicana: piensa mal y acertarás.

En fin. Cada quién puede hacer de los tiempos del Señor o del señor un papalote y echarlo a volar. Al cabo hay “tiempo para demoler, y tiempo para edificar; tiempo para llorar, y tiempo para reír; […] tiempo para conservar, y tiempo para tirar fuera”. Y concluyo con lo que escribió el tal Qohelet en su trepidante libro: “Lo que es, ya existió; lo que será, ya fue”. Cuestión de enfoques prácticos… o de política palaciega.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos