Lo que usted mande, don Cel

Paul Lafargue estaba casado con la hija de alguien nada común. Su padre político era un filósofo de altos vuelos, obsesionado por desentrañar las leyes de la economía, de los modos de producción, de las etapas en que se divide la historia tomando como base la explotación del hombre por el hombre. Aquel señorón respondía al nombre de Karl Marx y,por andar de predicador de revoluciones proletarias, su familia se moría de hambre. Para colmo, criticaba mucho a lyerno por su tendencia a la flojera. Quizá por eso, como irónica respuesta al reclamo del suegro, Paul escribió su polémico ensayo El derecho a la pereza (París, 1883).

Siglo y medio después ha tomado cuerpo uno de losaugurios de Lafargue: “Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertirse”. Precisemos, sin embargo, que no se trató exactamente de una revolución socialarmada, inserta en la lucha de clases, sino de algo también revolucionario pero tecnológico. El culpable de que ahora nos divirtamos tanto es un aparatito multifuncional: correo, cámara, grabadora, agenda, calculadora, noticiario, similares y conexos. Rico en iconos, terminajos en inglés, avisos sonoros o luminosos. Manipulable con uno o dos dedos.Guardable en el bolsillo trasero del pantalón, en el bolso, en el morral, en la mochila. Acomodable en el pupitre, en la mesilla de trabajo, en el panel del automóvil. También, muy importante, de úsese un tiempo y cámbiese por otro con mayor número de aplicaciones presumibles.

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El teléfono celular es el bendito derecho moderno a la pereza. No nos obliga a pensar, no exige que escribamos adecuadamente, no nos demanda creatividad alguna. Al contrario: piensa, escribe, crea por nosotros. Se anticipa a nuestra necesidad de comunicarnos con los demás para que no gastemos energías, para que no tomemos decisiones propias, para que no agotemos nuestro cerebrito en cuestionamientos y reflexiones estériles. Así nos convierte en perezosos felices de su cotidiano totalitarismo, tanto a la luz del día como a las sombras de la noche. Somos rehenes de la grata molicie que nos provoca.

Si la pereza, como aseguraba el panegirista hijo político del autor de El capital, es no sólo “madre de las artes y de las nobles virtudes” sino “bálsamo de las angustias humanas”, agradezcamos al buen cel su medicinal imperio. Es parte de la superestructura ideológica de que hablaba Marx. Cómoda, tranquilizadora, evasiva. El anonimato en que nos envuelve vale oro molido para la conciencia. De no haberse inventado una herramienta semejante, qué hueva significaría ser uno mismo y conocerse.

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Lo tenemos, lo usamos. Nos tiene, nos usa. Dominamos su manejo. Nos maneja en sus dominios. Inútil fingir demencia ante él. Imposible renunciar a su poderío absoluto. ¿Fomenta las artes y las nobles virtudes predicadas por Lafargue? Lo dudo mucho. Acaso le basta y sobra con hundirnos en la confortable experiencia de sabernosperezosos.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos