La tercera transformación y el derecho a la propiedad comunal (segunda parte)

Horizontes de la razón

Como recordábamos en la columna anterior, si bien Zapata luchó por el derecho de los campesinos a la propiedad de la tierra y gracias a ello en 1917 se materializó la figura del ejido, con el transcurso de los años la fuerza del capitalismo y su expresión más salvaje, el neoliberalismo, llevó de nuevo a los campesinos a ser desposeídos, vulnerables ante la sombra  de la marginación y la pobreza.

Antes de su cruel asesinato, en el estado de Morelos, Emiliano Zapata trató de convencer a los campesinos de seguir trabajando en la siembra y cosecha de caña con la intención de procesarla en los complejos azucareros que antes habían sido símbolo de explotación y que ahora, en un escenario en el que podrían convertirse en propiedad comunal, serían las fuentes de riqueza para detonar el desarrollo en las comunidades rurales. Lamentablemente, el amargo recuerdo de las violencias vividas y la falta de consciencia crítica evitaron que los campesinos pudieran organizarse y en su lugar, volvieron a los cultivos de maíz para resolver su necesidad de alimentación primaria.

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Tras ese primer capítulo de pérdida de oportunidades de desarrollo, la entrega de apoyos sociales a población campesina sin planeación y mecanismos de supervisión precisos llevó en la primera mitad del siglo XX a una situación en la que los recursos eran poco aprovechados y optimizados, sin que pudieran significar mecanismos de tecnificación y se utilizaran, nuevamente, para satisfacer necesidades primarias como la alimentación, el vestido y el calzado. El campo, sus métodos de producción, la elección de los cultivos, los procesos de recolección, procesamiento en su caso y venta, continuaron iguales mientas evolucionaba la sociedad y los mercados.

Una tercera oportunidad perdida que terminó por aniquilar la viabilidad de continuar con la propiedad ejidal como una política pública para favorecer las oportunidades de los más pobres, fue la reforma por la cual Carlos Salinas de Gortari promovió que las parcelas pudieran desincorporarse del régimen y, a la postre, venderse como cualquier otro tipo de propiedad privada. Alentado por los principios del libre mercado que escoden la más alta codicia de acumuladores del capital, ese gobierno neoliberal hizo creer a los campesinos que la posibilidad de vender sus solares era en sí misma una oportunidad para capitalizarse y cambiar de actividad económica a una más redituable.

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Lo cierto es que en muchas zonas del país se reportaron ventas de grandes porciones de los ejidos a particulares y empresas, a precios irrisorios que no representaban el verdadero valor de la tierra pero que eran puestos en las mesas de negociaciones por parte de los nuevos acaparadores de la tierra y en algunas de las ocasiones, apoyados por autoridades gubernamentales. En este contexto, se suscitó por ejemplo la venta de grandes proporciones de tierra en Zapotlán para un fallido proyecto aeroportuario y se concertaron las ventas de grandes extensiones de suelo en los que hoy existen asentamientos humanos de alta densidad como es el caso de los fraccionamientos Andalucía o Héroes, en Tizayuca.

Actualmente, en municipios con tendencia urbana cada vez hay menor proporción de campesinos que conservan y cultivan sus tierras, herencia de la lucha agraria zapatista. Para ellos, todo nuestra admiración y reconocimiento por resistir las tentaciones del dinero rápido con la esperanza de que en el presente se puedan construir mejores condiciones de productividad que eviten que en el futuro sus hijos tomen la decisión de reintegrar a la propiedad privada, a los dueños del dinero, las tierras a las que tenían derecho para habitar, tener al menos un mínimo de alimento y generar riquezas. Al respecto, expresamos nuestra confianza al gobierno encabezado por el Lic. Julio Menchaca Salazar para crear incentivos que permitan a estos trabajadores de la tierra, mantener ese estilo de vida sin que ello signifique permanecer en la pobreza.

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