INICIA LA ALTERNANCIA
DESDE LO REGIONAL
También llamada alternación, en su Enciclopedia de la Política (FCE,1997) Rodrigo Borja explica a la alternancia como una de las características esenciales de la forma de gobierno republicana consistente en el sometimiento del poder a los límites de tiempo, lo cual abre la posibilidad a los electores de designar a distintas personas y de distintas ideologías para ejercer el mando. Con frecuencia, señala el ex presidente de Ecuador, se ve favorecida por la llamada ley del péndulo que determina el ascenso electoral de líderes y partidos fuera del poder o en contra de él.
En nuestro país la alternancia tiene otras connotaciones, después de un régimen de partido hegemónico iniciado en 1929. Prolongado sesenta años ininterrumpidamente hasta las elecciones de Baja California en 1989, cuando mandataron el gobierno de ese estado al Partido Acción Nacional, dando inicio a un proceso que progresivamente modificó la geopolítica regional. Y hasta el año 2000 con el triunfo del candidato opositor Vicente Fox, del mismo signo político de derecha. Si consideramos el triunfo de una corriente de izquierda en 2018, para la presidencia de la república, fue entonces la consumación de la alternancia mexicana en el Palacio Nacional.
En los gobiernos municipales la alternancia corrió con más velocidad. En las entidades federativas los ayuntamientos modificaron su color partidario en mayor número y recurrencia.
En el caso del estado de Hidalgo el Partido Revolucionario Institucional mantuvo el gobierno durante siete décadas del siglo XX y 22 años del XXI, con presencia preponderante de grupos e intereses regionales -no siempre en una misma línea-, cuando menos con tres marcadas irrupciones de fuerzas políticas de influencia o determinación nacionales, y una desaparición de poderes, la última decretada por el Senado de la República, en 1975, impedimento de una continuidad cuasipersonal en el Poder Ejecutivo.
Explicaciones para entender esta alternancia, resultado de las recientes elecciones, habrán de producirse y ojalá sea con rigor y seriedad. Es un parteaguas valorable, por su trascendencia histórica, sin pasiones ni arrebatos. No debe quedar en las descalificaciones adelantadas de quienes perdieron, ni en la denostación triunfalista de quienes ganaron.
Una alternancia política, bien se ha dicho, no es quitar a una persona para poner a otra. Tampoco el gatopardismo equivalente a simular transición. Menos aún ánimo revanchista o actitud vengativa. Sería, además de envilecer la política y contaminar al gobierno, el desperdicio de una oportunidad generacional para las y los hidalguenses.
La alternancia requiere, además de voluntad y determinación, proyecto y plazos. Transitar de un estado de cosas prevaleciente gracias a los matices aplicados durante casi un siglo, no puede ni debe ser una aventura, a riesgo de quedar en el discurso. No es empresa fácil la sustitución de fondo y formas. Al fantasma del voluntarismo debe eliminársele aplicando la ley para no patinar con las decisiones, igual definiciones de rumbo y tiempo para transitarlo, son indispensables.
Determinar qué, cómo y cuándo dará certeza al electorado del cambio decidido en las urnas. Pertinencia y viabilidad confirmarán el cumplimiento de su mandato, acrecentarán la credibilidad y convencerán a quienes dudan. Desde el proyecto, la planeación para ejecutarlo y hasta el estilo de gobernar estarán bajo una lupa no siempre constructiva. Entendible es la sustitución del modelo, aceptada por sus resultados.
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