Hoy voto por la X

Vozquetinta

Dos son mis letras consentidas del abecedario. De la erre me cautivan su gracilidad, ritmo y equilibrio. Cuando la pongo en minúscula, trazo un poste derechito sobre el cual hago girar dos curvas a manera de alas, como si representara en el papel un Palo Volador indígena en movimiento (r). Cuando la mayusculizo, creo estar dibujando una iglesia de estilo gótico que sostengo mediante un pilar, dos vigas o trabes paralelas, un arco que las enlaza y un contrafuerte que apuntala todo el edificio (R). En el primer caso, una recta y dos curvas suman tres líneas; en el segundo, cuatro rectas y una curva dan cinco líneas. El imperio de lo impar en una misma grafía.

Mi otra letra favorita es la equis, ya sea baja (x) o alta (X). Además de sus rectas inclinadas y cruzadas, que ubico en el reino de lo dual, me atraen los diferentes roles que juega. Comienzo por su diversidad de sonidos (j, sh, cs). El mejor ejemplo es el nombre ancestral de nuestro país: méjico, decimos los hispanohablantes; meshico, los nahuatlatos; mécsico, mecsic, etc., los anglosajones y otras familias lingüísticas. A todos les asiste la razón, cada quien está en su derecho fonético, por los mismos motivos, usos y costumbres que aquí pronunciamos jalapa y no shalapa (Xalapa), shola y no jola (Xola), sochimilco y no shochimilco (Xochimilco). Y conste que ese sonido tan nuestro de la equis, semejante al de la sh inglesa o la ch francesa, no sólo caracteriza a la lengua náhuatl sino, por lo menos, a otras dos muy difundidas: otomí y maya.

(¡Qué diera en estos momentos por saborear en el Mezquital un delicioso plato de shimbó [ximbó] o por darle traguitos en Yucatán a una botella de aromático shtabentún [xtabentún]!)

Paso ahora a lo gráfico, a lo que representa esta letra, la número 27 del alfabeto. En el lenguaje escrito, incluso en el hablado, la x es un signo equiparable al de n cuando se trata de suplir un nombre propio, tema o número indeterminado: equis persona, equis lugar, equis asunto, ene cosas, por enésima vez. En el campo científico, los rayos X definen a las ondas electromagnéticas capaces de penetrar en ciertos cuerpos. En signos numéricos, el dígito romano X es igual al arábigo 10, con todo lo métrico-decimal que ambos suponen. En cálculos matemáticos, la x significa la incógnita a resolver o, si son varias, la primera de ellas.

Va, por último, lo simbólico. Podría caer en el lugar común de citar el suavepatriotero poema México, creo en ti, del vate Ricardo López Méndez (por aquello de que la mexicana x “algo tiene de cruz y de calvario”), pero mejor remato de otro modo. Esta letra polivalente no sólo equivale a lo indefinido, lo impreciso, lo penetrante, lo incógnito, sino a una marca reprobatoria. Cuando la pintamos en grande y con plumón junto a cierta pregunta de un examen escrito es porque estamos seguros de que lo respondido por el sustentante es erróneo. Vaya: lo descalificamos, le ponemos tache en vez de palomita.

Y por equis o ene causas, estos taches se reflejan tanto en las boletas escolares como en otras boletas. Entre ellas, a guisa de protesta ciudadana, las electorales.

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos