DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

¿Fundar laberintos o abrir caminos?

Las letras, el idioma, el lenguaje, nos abren puertas al entendimiento y en dosis precisas también pueden aniquilar la concepción del mundo que creamos.

Daniel Fragoso
Febrero 23, 2025

En el “Infinito en un junco”, Irene Vallejo escribe: “Hace seis mil años, aparecieron los primeros signos escritos en Mesopotamia. Los orígenes de esta invención están envueltos en el silencio y el misterio. Tiempo después y de forma independiente, la escritura nació también en Egipto, la India y China.

La escritura vino a resolver un problema de propietarios ricos y administradores palaciegos, que necesitan hacer anotaciones porque les resultaba difícil llevar la contabilidad de forma oral.

Los primeros apuntes eran dibujos esquemáticos (una cabeza de buey, un árbol, una jarra de aceite, un hombrecillo). Con estos trazos, los antiguos terratenientes inventariaban sus rebaños, sus bosques, su despensa y sus esclavos. Los dibujos tenían que ser sencillos, y siempre los mismos, para que se pudieran aprender y descifrar. El siguiente paso fue dibujar ideas abstractas. En las primitivas tablillas sumerias dos rayas cruzadas describían la enemistad; dos rayas paralelas, la amistad; un pata con un huevo, la fertilidad.

Pronto se planteó un problema: hacen falta demasiados dibujos para dar cuenta del mundo exterior e interior. El número de signos no dejaba de aumentar, sobrecargando la memoria. La solución fue una de las mayores genialidades humanas, original, sencilla y de incalculables consecuencias: dejar de dibujar las cosas y las ideas, que son infinitas, para empezar a dibujar los sonidos de las palabras, que son un repertorio limitado. Así, a través de sucesivas simplificaciones, llegaron a las letras”.

Las letras han creado y aniquilado mundos. Enamorado personas y enemistado gentes. Las letras son creadoras de vida y su ausencia es sinónimo de muerte. Le debemos tanto al alfabeto que una de las principales preocupaciones del mundo es erradicar el analfabetismo. 

Las letras, el idioma, el lenguaje, nos abren puertas al entendimiento y en dosis precisas también pueden aniquilar la concepción del mundo que creamos. Tan poderosas son las letras que su sola representación funda laberintos y abre caminos.

Las letras integran palabras, y las palabras son la materialización del pensamiento, la impronta de los sueños y la materia de lo imaginario. Las letras son el asidero del silencio y el campo fértil donde florece el amor, el dolor y el olvido.

Del principio ahora, el objetivo ha sido el mismo: comunicar. O bien, como Vallejo apunta: “en la historia de la escritura griega no hay indicios de un tránsito gradual desde un sistema menos completo a uno más acabado. Tampoco hay rastros de formas intermedias, ensayos, vacilaciones ni de retrocesos. Hubo alguien –ya nunca averiguaremos quién-, un sabio anónimo, asiduo a las tabernas hasta el amanecer, amigo de los navegantes forasteros en un lugar bañado por el mar, que se atrevió a forjar las palabras del futuro dando forma a todas nuestras letras. Y nosotros seguimos escribiendo, en esencia, de la misma manera que imaginó el creador de este instrumento prodigioso”. Son las letras quien nos cuidan y quienes nos recuerdan el pasado, hacen notorio nuestro presente y nos llevan al futuro.