DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Volver a sus palabras

Las sensaciones son el comienzo del conocimiento, no se las puede negar ni se puede desconfiar de las sensaciones en tanto no haya nada real que las contradiga.

Daniel Fragoso
Febrero 16, 2025

Epicuro aprecia que se sufre, pero no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. ¿Qué hacemos entonces? Para Daniel O. López Salort “Debemos observar dónde nacen estos dolores y qué juicios tenemos sobre ellos para poder solucionarlos o, al menos, disminuirlos en su intensidad. Las sensaciones son el comienzo del conocimiento, no se las puede negar ni se puede desconfiar de las sensaciones en tanto no haya nada real que las contradiga. Pero luego viene el razonamiento sobre ellas, lo que nos lleva a las acciones adecuadas o no. Podríamos decir que primero sentimos y luego pensamos. Así, el dolor lo es del cuerpo, pero mucho peor cuando lo es del alma. El dolor físico se enfrenta con aponia, el espiritual con ataraxia, ambas actitudes que nos entregan la imperturbabilidad ante las perturbaciones.

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Hay para Epicuro cuatro temores que provocan grandes dolores: el temor a los dioses (lo que no es razonable porque ellos no intervienen en los asuntos humanos); el temor a la muerte (lo que es ignorancia, porque cuando la muerte llega nosotros ya no estamos); el temor por la falta de bienes (cuanto menos deseamos mejor es); y el temor por el propio dolor en general (por cuanto la actitud adecuada nos protege, ya que ellos no duran para siempre)”.

Existe algo que pervive, aún, que es aquello que se señala como el hecho de que “no es el placer por sí mismo lo que nos salva del dolor. Porque también el placer puede traernos mucho dolor, si estamos dominados por su búsqueda. Tenemos que obtener un placer alejado de las riquezas, enraizado en la templanza y la moderación. Habría dos modos del placer: uno basado en la estabilidad y otro como consecuencia de los estados de alegría. Por eso, debemos preferir siempre los deseos que no nos esclavizan, ya que esa esclavitud proviene de nuestra propia conducta”.

Regreso a la explicación que nos da López Salort, cuando nos dice que “una regla sencilla es preguntarnos qué nos ocurre cuando tal o cual placer está presente y qué nos sucede cuando no está. Pero hay que tener siempre en cuenta que los argumentos de Epicuro están destinados a cada caso en particular, aunque pertenezcan a reglas generales. Como buen médico, diagnostica y receta según el conocimiento, pero también según el paciente. La felicidad no es una colección de momentos, sino una continuidad que no se interrumpe, o que no debe interrumpirse salvo en contadas ocasiones. Esa felicidad es llamada pléroma, es decir, una auténtica completud”.

En este sentido, Aristóteles, consideraba que la felicidad es un fin u objetivo final que abarca la totalidad de la vida. No es algo que se pueda ganar o perder en pocas horas, como las sensaciones placenteras. Es más como el valor máximo de tu vida, midiendo qué tan bien has vivido hasta tu máximo potencial como ser humano. La felicidad no tiene que ver con los placeres, sino más bien con la plenitud de la vida. ”La felicidad resulta ser una actividad del alma de acuerdo con la virtud”, escribe Aristóteles y, en un mundo como el nuestro, tenemos que volver a sus palabras.