Arena imaginaria, luces encendidas, el olor a sudor y cerveza en el aire. La gente grita “¡Eso es lucha, eso es lucha, eso es lucha!”
En el cuadrilátero literario, la campana suena y no hay llave ni suplex que valga: el golpe es textual. Daniela Herrerías entra con máscara invisible y pluma afilada, presentando Arenera, una novela corta que transforma el espectáculo popular de la lucha libre mexicana en un espacio de denuncia feminista.
“No me interesaba narrar la lucha libre como deporte, sino como un entorno que normaliza y perpetúa violencias invisibles.
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“La novela corta Arenera es una pieza literaria contemporánea que produce un sacudimiento cultural necesario: convierte un espectáculo popular —la lucha libre mexicana— en espacio de denuncia feminista contra la violencia cotidiana que ejercen los mismos luchadores sobre las mujeres de su entorno”, comenta Herrerías, aún con esa mezcla de fotógrafa y cronista que ha aprendido a mirar detrás del ring.
El libro, advierte la veracruzana, no es una crónica de saltos y golpes, sino un grito desde el lodo contra el machismo estructural que permea tanto el espectáculo como la vida privada de sus protagonistas.
Heroína sin máscara
El título proviene de la figura de “La arenera”: esa mujer que convive o sostiene sexualmente a un luchador sin reconocimiento público, convertida en personaje de segunda fila en la narrativa oficial del pancracio.
En el capítulo II, Herrerías expone cómo estas mujeres son comodificadas emocional y sexualmente, víctimas de una doble violencia: la del hombre que aman y la del sistema que las invisibiliza. “Lo personal es político —dice la autora—, y en la lucha libre las historias íntimas están cargadas de estructuras de poder y silencios impuestos”.
En Arenera no hay tecnicismos luchísticos; hay abuso, humillación, engaños, consumo de drogas y la crudeza de la violencia digital. La niña Juanita, enamorada de un luchador cincuentón, no se da cuenta de que la máscara que la deslumbra es la misma que oculta un abuso.
“La obra revela cómo las estructuras de poder en la lucha libre reproducen la violencia simbólica y física: infidelidades, humillaciones, violaciones a mujeres menores de edad o adultas engañadas, consumo de drogas, doble moral y violencia digital (envío de packs en WhatsApp), todo bajo el velo de la tradición y del privilegio de la profesión”, explica la periodista.
Entre la cámara y la pluma Herrerías no habla desde fuera. Desde 2007 ha trabajado como fotógrafa oficial de la AAA y ha publicado en revistas especializadas en el deporte del pancracio. Su lente ha capturado la acción, pero también la tensión detrás de escena. Ha expuesto su trabajo en más de veinte ocasiones en México, Estados Unidos y Japón, y participó en proyectos como Los Exóticos.
Ese bagaje se siente en la novela: cada escena es una fotografía verbal, un plano cerrado que atrapa sudor, maquillaje corrido y miradas que dicen más que cualquier entrevista.
“Quise que el texto funcionara como una serie de retratos de violencia cotidiana, sin moralina, con ironía y con la crudeza que he visto tantas veces tras bambalinas”, comenta.
La arena como patrimonio
En Arenera, la lucha libre aparece como patrimonio cultural inmaterial —ritual, espectáculo, negocio, identidad popular—, pero también como territorio hostil para las mujeres.
El cuadrilátero se convierte en metáfora de un microuniverso patriarcal donde la violencia es parte del show. Herrerías, diplomada en Gestión del Patrimonio por el Centro de Investigación para el Desarrollo Sustentable (Cides), articula aquí la memoria popular con la denuncia feminista, cruzando el rigor de la investigación con la potencia de la narrativa breve.
El formato de novela corta es clave: no hay tiempo para esquivar el golpe. Cada página es raquetazo al pecho cultural del lector. Es literatura, pero también testimonio; crónica visual, pero también archivo sociológico.
Más que un conteo de tres
En 2024, durante el primer Congreso Nacional de Investigaciones Formales en Torno a la Lucha Libre, Herrerías presentó Arenera en formato digital. Allí, el público no solo escuchó sobre literatura: presenció un careo con las estructuras de poder que han sostenido al espectáculo durante décadas.
“Siempre se habla del luchador como emblema de justicia, pero rara vez se cuestiona lo que pasa cuando se quita la máscara. Mi trabajo es mostrar ese otro rostro”, sentencia.
“Irónicamente, el símbolo del luchador como emblema de fuerza y justicia termina exponiéndose como el autor indirecto de atrocidades de proximidad: es la máscara la que oculta el rostro, pero no su violencia.
La novela invierte el espectáculo: la arena ya no es escenario de lucha libre, sino un microuniverso patriarcal violento donde todo se normaliza y se reproduce. Por eso la elección del formato breve —novela corta— es significativa: es crónica condensada, susto literario que no permite evasión”, responde.
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Desde una perspectiva sociológica y antropológica, Arenera construye retratos de clase, poder y género: mujeres pobres que son fans, amantes ocasionales, madres solas.
La novela se inserta en una tradición de crónicas marginales, pero la sutileza contemporánea la hace relevante para una cultura global feminista, pues denuncia el machismo como patria de identidad popular. Además, su estilo comunica desde lo irónico: no hay pedagógica moralina, sino un destripamiento afilado de la cotidianeidad violenta, un sarcasmo literario que exige justicia.
En esta novela, la campana final no suena con un ganador, sino con una revelación: la lucha libre no solo es un patrimonio cultural, también es un escenario donde se libra —día a día— la batalla contra un machismo que parece inmortal.
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