Vivir sin miedo a pensar
El surtidor
Un estudio realizado por la NASA indicó que de 98% de niños altamente creativos a los 5 años de edad descendió drásticamente a 30% a los 10 años, a 12% a los 15 años y llegó a tan sólo 2% a los 31 años. Esto es que, si 10 de cada 10 personas poseen cierto tipo de genialidad en su infancia, tan sólo dos de cada 100 la mantienen hasta llegar a la edad adulta.
Entro al último mes de este 2023 pensando en eso y en las palabras de Ángel Gabilondo Pujol: “La creatividad no es simplemente la capacidad de producir novedades, sino de irse haciendo, de transformarse, de crecer. No es solo el brillo de la imaginación y de la inteligencia, es el núcleo de toda una forma de vivir. Por cierto, en ocasiones contemplada con inquietud, con prevención. Hasta el extremo, quizá, de ser considerada como un obstáculo, un desvarío de la fantasía, una fuente de distracción para lo que, ya establecido, ha de asumirse.
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Precisamente por ello, cada gesto consistente de un niño, de una niña, introduce alguna suerte de confusión en nuestra aparente seguridad. Y habría de conducirnos a maneras de escucharlos, no para limitarnos a ratificarlo, sino para abrirnos a lo que habla en ese ademán, lo que dice y expresa, lo que busca, lo que demanda. De ahí no se deduce la necesidad de un asentimiento, ni de un consentimiento, sino de una hospitalidad. Y requiere una respuesta. No hacerlo sería un modo de contestar, una forma impaciente de desatención”.
Y esto me conduce a pensar, ¿Cuál es el motivo por el cual la inventiva tiende a desaparecer conforme envejecemos? ¿A qué se debe que vamos ocultando nuestras dotes creativas? Tal vez sea que conforme vivimos conocemos más, sabemos más. O quizá a que pensamos que lo que conocemos es la única vía, conocer nos obnubila. Las certezas nos dominan.
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Al respecto, Alison Gopnik y Tom Griffiths afirman en un artículo del New York Times: “…la explicación puede estar relacionada con una tensión entre dos maneras de pensar: lo que los científicos computacionales llaman exploración y explotación. Cuando nos enfrentamos con un problema nuevo, los adultos por lo general explotamos el conocimiento que hasta ahora hemos adquirido sobre el mundo. Tratamos de encontrar una buena solución que se acerque a soluciones que ya hayamos dado.
Por otro lado, la exploración —intentar algo nuevo— nos puede llevar a concebir a una idea menos común, una solución menos obvia, un nuevo conocimiento. Pero también puede significar que perdamos el tiempo considerando posibilidades absurdas que nunca funcionarán, algo que suelen hacer los niños en edad preescolar y los adolescentes”. Vivir sin miedo de pensar parece un propósito deseable para intentar revivir esa imaginación que siempre ha estado en nuestra mente, esperando el momento en que nos decidamos a usarla de nuevo. Volver a crear sin miedo al qué dirán.