DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Daniel Fragoso Torres

Un eco vacío

Nos movemos en un carrusel de reacciones, sin tiempo para el pensamiento profundo, para la escucha auténtica

Daniel Fragoso
Diciembre 7, 2025

El ruido en la interacción social de los internautas en redes sociales es como una tormenta perpetua de arena en un vasto desierto digital, donde cada grano representa un dato, un tweet, un like, un comentario que se arremolina sin cesar, cegando la visibilidad y el sentido.

Esta metáfora captura la esencia de cómo, en la era de la hiperconectividad, la sobreabundancia de información y estímulos nos envuelve en un miasma que erosiona la calidad de nuestras interacciones y, más profundamente, nuestra salud socioemocional. Poco a poco nos vamos secando por dentro.

Byung-Chul Han, en “La sociedad del cansancio”, describe este fenómeno como una “hipervisivibilidad” que paradójicamente nos aísla. La tormenta de arena —el ruido— no permite ver más allá de lo inmediato, nos obliga a avanzar a tropezones, sin rumbo fijo, en un paisaje plano y monótono. Cada partícula de arena es un estímulo que nos distrae de lo esencial, convirtiendo la comunicación en un eco vacío, un reflejo de la superficialidad.

No hay silencio, no hay pausa para la contemplación, para el encuentro genuino con el otro.

Nos movemos en un carrusel de reacciones, sin tiempo para el pensamiento profundo, para la escucha auténtica. El agotamiento emocional es el precio de esta danza incesante.

Requerimos gritar todo el tiempo que hacemos y donde estamos, que es lo que -aparentemente- somos.

Slavoj Žižek, por su parte, diría que este ruido es una cortina de humo, un espectáculo que oculta la falta de sustancia. Es el murmullo de una fiesta vacía donde todos hablan, pero nadie escucha, donde la indignación se reduce a un clic, a un “hashtag” pasajero.

La tormenta de arena es también una forma de anestesia, un modo de no enfrentar los silencios incómodos, las grietas del sistema, las verdaderas preguntas. Nos anestesia frente a la soledad que crece en medio de la multitud digital, frente a la comparación constante que alimenta la ansiedad y la insatisfacción.

Pensado en clave de la filosofía de la ciencia, este ruido se asemeja al “principio de incertidumbre” de Heisenberg: cuanto más intentamos medir, capturar o responder a cada estímulo, más se desdibuja el objeto de nuestra atención. La precisión se pierde en la sobreabundancia. En las redes, perseguimos la señal clara, el sentido profundo, pero el ruido la devora, dejándonos con fragmentos, ecos, sombras de sentido. Es un juego de espejos donde la realidad se fragmenta, y con ella, nuestra percepción de nosotros mismos y de los demás.

No lo personamos, porque no estamos consciente de lo que está ocurriendo, pero en la salud socioemocional es tangible el impacto del ruido en la interacción digital.

Ahí están acampando el agotamiento y la ansiedad; la presión por estar siempre “conectado” genera un estrés crónico, una sensación de no ser suficiente, de perderse algo. La arena en los ojos no nos deja ver claramente.

Aquí también vive la superficialidad y el aislamiento, las interacciones que se vuelven transacciones rápidas, sin calidez, reduciendo la empatía y profundizando la soledad. Nos sentimos rodeados, pero desconectados.

Obnubilados estamos pendientes de la comparación constante con las vidas “perfectas” de otro, lo que alimenta nuestra inseguridad, la baja autoestima. El desierto se vuelve un escenario de espejismos. Extraviados entre tanto ruido, nos cuesta encontrar una voz propia, un relato coherente de quiénes somos. La tormenta en que estamos oculta los caminos.

Sin embargo, en medio de esta tormenta, siempre hay un llamado a la resistencia. Como sugiere Han, cultivar “oasis de silencio” —espacios de desconexión, de escucha profunda, de contemplación— tal vez podría ser el antídoto. No para huir del desierto, sino para aprender a navegarlo con brújula propia, para transformar el murmullo en melodía, el ruido en pausa reflexiva. Reconectar con lo humano, con el tacto, con la mirada, con el vacío creativo. Ahora me pregunto: ¿Cómo empezar a crear esos oasis en el día a día?