Tiempo parafraseado
Vozquetinta
Admiro la paráfrasis. Más que la primera de sus tres definiciones académicas (“Explicación o interpretación amplificativa de un texto para ilustrarlo o hacerlo más claro o inteligible”), mi predilecta es la tercera acepción: “Frase que, imitando en su estructura otra conocida, se formula con palabras diferentes”. A esta última recurro a veces durante mis alucinaciones escribidoras. Lo hago como ejercicio lúdico, por mera puntada creativa, acaso nada más para divertirme. Allá la crítica si quiere considerar o no este recurso un arte, inclusive un género literario, que para mí es ambas cosas.
Semejante osadía me llevó hace varios años a parafrasear un famoso soneto del gran Renato Leduc. Se trata del que él llamó “Breve glosa al Libro del buen amor”, aclarando en seguida: “Aquí se habla del tiempo perdido que, como dice el dicho, los santos lo lloran”. Sí, es el mismo poema que después, aunque reducido al anodino y simplista pero muy vendedor título de Tiempo, musicalizó y arregló el compositor Rubén Fuentes, cantado a dúo por José José y Marco Antonio Muñiz con acompañamiento orquestal.
(Por desgracia, muy pocos de los fans de tan novedosa pieza sabían que se trataba de un soneto, que su autor no era un letrista cualquiera sino un literato notable y que, ¡ay, ironías que suelen jugar las Musas!, nunca se imaginó que lo había escrito para servir como versería de una balada comercial.)
Van, pues, las dos cuartetas y dos tercetos que me atreví a glosar de la obra de Leduc, a su estilo y al mío. Sugiero a quien me lea que contraste esta paráfrasis con el soneto original, de preferencia consultándolo en una edición impresa (por ejemplo: la que publicaron Planeta y Joaquín Mortiz en la colección Ronda de Clásicos Mexicanos bajo el nombre de Algunos poemas deliberadamente románticos, 2002). O bien, si no hay de otra, oyendo por internet la mentada rolita.
«Sabia virtud de manejar palabras; / palabra amar y desatar palabra; / como dice el refrán: va mi palabra / que entre hablar y callar ya no hay palabras.
«Aquel autor a quien leí en palabra / martirizome con diez mil palabras / y no volví a jugar con las palabras / tan acremente como su palabra.
«Me dio palabras como abracadabra / —ignoraba yo que la palabra “oro” / cuánto tiempo hace es la palabra—.
«Y hoy le pido de palabra que me abra / del ser otras palabras, porque añoro / mi inicuo amor por su juglar palabra.»