The Cure: ante el inexorable transcurso del tiempo y la inminencia de la muerte

Circo Sónico

El viernes 1 de noviembre de 2024 no fue un día cualquiera; nos despertamos con la voz de Robert Smith cantando: “I lose all my life like this/ Reflecting time and memories/ And all for fear of what I’ll find/ If I just stop and empty out my mind/ Of all the ghosts and all the dreams”. Ahí estaba su voz quebrada envuelta por un majestuoso teclado que conduce “All I Ever Am”.

16 años pasaron para que The Cure editará un nuevo álbum y aquel comienzo de noviembre nos pusiera delante de Songs of a Lost World; 8 canciones oscuras y épicas en las que Robert Smith -de 65 años- se regodea ante el inexorable transcurso del tiempo y la inminencia de la muerte; temas a los que ha acariciado antes, pero a los que vuelve desde la perspectiva de un adulto que se encamina a la vejez -uno que perdió a sus padres y hermano-.

Al menos dos de mis amigos -ya adultos consumados- confesaron haber llorado con la escucha del disco, y no precisamente porque los dominara la nostalgia, sino por el impacto de las canciones; piezas que se toman su tiempo para desarrollarse, que son expansivas y hasta rocosas, tal como la escultura llamada Bagatelle (1975), hecha por el artista esloveno Janez Pirnat y que aparece en la portada.

En Songs of a Lost World, el legendario guitarrista Reeves Gabrels entendió a la perfección la manera para dosificar sus partes para permitir que Roger O’Donnell creara todas las texturas de sintetizador necesarias para un elegante entorno melódico; no olvidemos que en “Alone” -el sencillo de anticipo- la voz de Robert no aparece sino hasta transcurridos 4 minutos.

El hombre de la cabellera caótica, rímel en los ojos y labial rojo carmesí decidió que era momento de mostrarse más confesional que nunca en este octeto de composiciones… es evidente que ansiaba subrayar lo efímero de la juventud, así como la presencia de pensamientos obsesivos acerca de la soledad, la fragilidad individual y el final de la existencia.

Apenas un día antes de la llegada del álbum, tuve que dar un mensaje público en el que cité a Martin Heidegger y aquel planteamiento que dice: “El hombre es un ser para la muerte… y hasta que no es consciente de que va a morir puede ser libre”.

Me parece una frase perfecta a propósito de Songs of a Lost World y el Robert Smith del 2024; resultó absolutamente conmovedor que casi 65 mil internautas nos reuniéramos con los cientos que estaban en la londinense sala Troxy, durante el streaming para presentar a un trabajo que también trae consigo “And Nothing Is Forever” y “A Fragile Thing” e incluye un cierre con una más que simbólica “Endsong”.

Estamos ante un pronunciamiento totalmente virtuoso y congruente de lo que piensa y siente Smith en este momento; Robert canta que el mundo que conocía ya no existe, pero que realmente no le importa. Él da vueltas entorno a la idea del final de todas las cosas. Quien desee hallar los momentos más ásperos, tiene delante a “Drone:Nodrone” y “Warsong” para satisfacerse con algo de shoegaze y noise.

The Cure quiso hacer un disco que se remitiera a la parte oscura de su historia -aquí no hay pop cristalino-, pero no habrá de ser el final de su historia discográfica, dado que se dice que tienen listo un nuevo álbum menos sombrío y que incluso trabajan en uno más.

Sorprende la vitalidad, relevancia y actualidad de su propuesta -no están anclados en el pasado-; el impacto global de Songs of a Lost World contribuye al tan polémico tema de la pervivencia de la cultura rock. Así como Robert Smith mira a la muerte a los ojos, también entiende algo sobre la eternidad.

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