Siete años después: el miedo a confiar en el pueblo

Siete años después: el miedo a confiar en el pueblo

ALAMEDA

Redacción
Diciembre 9, 2025
  • Por: Dino Madrid

El Zócalo de la Ciudad de México es mucho más que una plaza pública; es el termómetro emocional y político de este país. Llenarlo ha sido, históricamente, la demostración de músculo del obradorismo. Pero este pasado 6 de diciembre, entre la marea guinda y la alegría genuina de cientos de miles, volvió a asomarse un fantasma que creíamos —o queríamos creer— desterrado: el vicio del condicionamiento, la cuota obligatoria, la vieja práctica que trata al ciudadano como ganado y no como constituyente.

A siete años del inicio de la transformación, y con una hegemonía política indiscutible, la pregunta cae por su propio peso, incómoda pero necesaria: ¿Realmente sigue siendo necesario?

Hablemos claro, sin medias tintas. El problema no es que la gente se organice para llegar. La militancia, esa que caminó el éxodo por la democracia y que desafió al desafuero, sabe perfectamente cómo compartir un camión, cooperar para la gasolina y los alimentos, y llegar al corazón de la capital. Eso es organización popular.

El problema —el verdadero cáncer— reside en ciertos funcionado y “liderazgos” intermedios que, siete años después, parecen no haber entendido nada. Son aquellos que, desde la comodidad de un escritorio y con el miedo a perder el favor de sus jefes, recurren a la amenaza velada, al pase de lista coercitivo y al “si no vas, te descuento el día”.

Hay que detenernos a explicar esto con peras y manzanas, porque la línea es delgada pero define de qué lado de la historia estamos.

Movilización es cuando el pueblo, consciente y politizado, busca los medios para manifestar su apoyo. Es un acto de libertad.

Acarreo y condicionamiento es cuando la presencia de una persona se compra o se extorsiona a cambio de un programa social o de mantener un empleo. Eso es un acto de sumisión y simulación.

Cuando un funcionario recurre a lo segundo, está confesando dos cosas graves, primero, que no tiene capacidad real de liderazgo para convencer a nadie por la buena; y segundo, que en el fondo desprecia la inteligencia de las personas, replicando las mismas prácticas del régimen que juramos derribar.

Es una ironía casi dolorosa, tenemos un gobierno con niveles de aprobación históricos, una militancia que se cuenta por millones y un proyecto de nación sólido. Y, sin embargo, ahí están esos pseudo operadores políticos, sudando frío, pensando que si no llenan tres autobuses a la fuerza, el proyecto se cae. Actúan como si el Zócalo se llenara con hojas de cálculo y no con convicciones. Es la inseguridad del burócrata frente a la pasión del militante.

Lo vimos con Andrés Manuel López Obrador la inmensa mayoría de las veces, la gente llegaba porque quería estar ahí, porque sentía que la historia se estaba escribiendo en ese preciso instante. ¿Por qué, entonces, permitir que hoy se manche la foto con prácticas rancias?

Esos funcionarios que no comparten la visión ética del proyecto, pero que aman el presupuesto del mismo, le hacen un daño terrible a la vida pública. Al forzar la asistencia, le roban legitimidad al que asiste por gusto. Convierten una fiesta democrática en una especie de trámite administrativo.

A siete años, ya somos grandes. El movimiento ha madurado. Es momento de soltar las muletas del viejo sistema. La Cuarta Transformación no necesita inflar cifras con miedo; le sobra pueblo con esperanza.

Valdría la pena que, de cara a lo que viene, nos preguntemos si estamos dispuestos a confiar plenamente en la gente. Porque si algo nos enseñó la historia reciente de México, es que al pueblo no hay que arrearlo; al pueblo hay que convocarlo, y llega solo, llegamos solitos.

Dejemos que los inseguros sigan contando listas. Nosotros, los que creemos en esto, sigamos contando conciencias. El Zócalo siempre será nuestro, siempre y cuando lleguemos a él con la frente en alto y por nuestra propia voluntad.

mho