DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Registro de algunas distracciones

Esto que se comenta sobre el libro “Cartas a un buscador de sí mismo” de la editorial Erratanaturae, viene ahora a colación si reflexionamos sobre la correspondencia de nuestras ideas al construirse, algunas llegan al destino y otras no.

Daniel Fragoso
Enero 19, 2025

“Todos hemos sentido alguna vez la llegada de un tiempo en el que todo tiembla y en el que necesitamos poner en cuestión cada aspecto de nuestra vida. Las convicciones políticas supuestamente asentadas se destruyen para crear otras nuevas, las normas sociales asumidas se revisan y se lucha por otras distintas, las metas existenciales se transforman de modo radical.

Precisamente durante este proceso vital Harrison G. O. Blake escribe por primera vez a H. D. Thoreau para solicitar su consejo y su orientación hacia una vida más verdadera. Se inicia así una correspondencia intensa y reveladora, tan íntima como filosófica, que para muchos constituye el más claro equivalente moderno de las Cartas a Lucilio de Séneca. De carta en carta y durante trece años Thoreau le habla a Blake de cómo ganarse la vida, del coraje, del sexo, del trabajo, del amor, de la naturaleza, de la libertad, de la sociedad, de la política, de la moral, de la alimentación, de la disidencia, de la religión, de la soledad y de un tiempo pleno, donde la construcción de la subjetividad se labra a golpes de una desorientación gozosa, libre y salvaje.

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Décadas después de la muerte de Thoreau, un Blake anciano confesaba seguir leyendo y releyendo estas cartas, como si buscara aún en ellas una verdad esencial y recóndita: «Y, sin embargo, sé que estas cartas siguen viajando en el correo, que en cierto sentido aún no me han llegado, y probablemente no lo harán mientras viva. De hecho, puede decirse que estas cartas están desde siempre dirigidas a quien mejor pueda leerlas».

Esto que se comenta sobre el libro “Cartas a un buscador de sí mismo” de la editorial Erratanaturae, viene ahora a colación si reflexionamos sobre la correspondencia de nuestras ideas al construirse, algunas llegan al destino y otras no.

José Miccio escribió hace algunos años que: “en uno de sus textos más famosos, Barthes nos pregunta: «¿Nunca les ha sucedido, leyendo un libro, de detenerse a lo largo de la lectura, y no por desinterés, sino al contrario, a causa de una gran afluencia de ideas, de excitaciones, de asociaciones? En una palabra, ¿no les ha sucedido nunca eso de leer levantando la cabeza?». A esto último, yo podría responder: todo el tiempo, aunque no necesariamente por los motivos nobles que menciona Barthes. En parte porque leo subrayando, en parte porque casi siempre tengo un Word abierto por si quiero transcribir algo o apuntar rápido alguna ocurrencia, en parte porque me distraigo fácil y soy dado a la fantasía, por todo esto, cuando leo, levanto la cabeza. Para la psicología y la política, esta frase significa recuperar presencia, volverse digno. Para el vínculo lector-libro significa otra cosa: perderse, dejarse ir. En un ámbito, postula la restitución o la conquista de cierta integridad. En el otro, el relajamiento (o la metamorfosis) de la atención.

En los ensueños de la lectura tiramos de sus hilos con más o menos pertinencia y la dejamos trabajar en nosotros, tal vez engañando a las obligaciones culturales que la someten. Escribí esta nota así, levantando la cabeza, y no pretendo que sean otra cosa que el registro de algunas distracciones”.