Desde hace unos días he venido pensando en la fábula del burro que tocó la flauta, un cuento clásico de la literatura infantil que encierra una metáfora fascinante para reflexionar sobre el éxito en un mundo dominado por la inteligencia artificial y las redes sociales. En la historia que refiero, un burro, por casualidad, coloca su hocico en una flauta abandonada y produce un sonido melodioso, sorprendiendo a todos, incluido a sí mismo. A partir de ese momento, el burro se convierte en una sensación, aunque no entiende realmente cómo logró el sonido ni cómo podría repetirlo. Sabedor de ello, no vuelve a intentarlo.
Atisbo en cómo sería ahora esta imagen del burro con la flauta, la cual nos invita a pensar en cómo, en la era digital, el éxito a menudo parece llegar por azar, amplificado por algoritmos y la viralidad de las redes sociales, más que por un talento o esfuerzo genuino. En un entorno donde la inteligencia artificial genera contenido, predice tendencias y optimiza resultados, ¿qué significa realmente “tocar la flauta” en términos de logros personales o profesionales? Por un lado, la historia nos recuerda que, en ocasiones, el éxito puede ser circunstancial.
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Pienso en las redes sociales, en la manera en que un contenido puede volverse viral sin que su creador tenga la habilidad o intención artística detrás, simplemente porque el algoritmo lo favoreció. Esto puede llevar a una percepción distorsionada del talento y el mérito, donde la suerte juega un papel más grande que la habilidad real. El burro, sin entender la flauta, se beneficia de un momento efímero, pero ¿qué pasa cuando la novedad se desvanece?
Sin embargo, la metáfora también nos invita a reflexionar sobre la creatividad y la autenticidad en un mundo tecnológico. En un paisaje donde la IA puede imitar y generar contenido con eficiencia, ¿cómo destacamos lo genuinamente humano? El burro no tocó la flauta por conocimiento musical, pero su acción inesperada generó algo bello. Así, quizá el valor no esté sólo en el resultado, sino en la experimentación, la curiosidad y el atreverse a probar, elementos intrínsecamente humanos.
Además, la fábula nos advierte sobre la confusión entre el talento y la exposición. En las redes, la visibilidad no siempre equivale a maestría, y el burro podría representar a quienes se sienten presionados a mantener una imagen de éxito sin entender el “cómo” o el “por qué” de su logro. En contraste, aquellos que cultivan habilidades genuinas, aunque no siempre sean virales, construyen un fundamento más sólido.
Sin sustento, nada es posible; sin la posibilidad, nada ocurriría, pues en cualquiera de los casos, entre tecnología y vida, es el pensamiento el espejo donde la experiencia se refleja y se transmuta en conciencia. Es la intersección donde lo vivido se convierte en comprensión, donde el ser se descubre en el flujo incesante del tiempo. Sin experiencia, el pensamiento es una forma vacía; sin pensamiento, la experiencia es un caos mudo. Juntos, se entrelazan en un diálogo perpetuo, construyendo la narrativa de la existencia. En esta danza, la vida se revela no como un hecho, sino como una posibilidad, una interrogante que el pensamiento persigue sin cesar en busca de sentido.
Empero, el burro que tocó la flauta nos enseña que, en un mundo de inteligencia artificial y redes sociales, el éxito puede ser tanto un golpe de suerte como el resultado de la experimentación y la pasión. Nos desafía a valorar la autenticidad, a explorar sin miedo y a no confundir la exposición con el mérito. En última instancia, más que imitar el sonido de la flauta, importa el proceso de tocar, aprender y conectar con lo que nos hace humanos. Porque, aunque la tecnología amplifique nuestras voces, es nuestra curiosidad y vulnerabilidad las que le dan sentido al sonido.
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