“Enseñar es enseñar a dudar”, sentenció en uno de sus libros Eduardo Galeano. Una estrategia pedagógica que debería ejercer cualquier escuela, tanto la constreñida a cuatro paredes como la extramuros, tanto la institucional como la hogareña. Un recurso didáctico para saber cómo enfrentar al mundo sin perder la vida en el intento. Una herramienta metodológica de —y también, muy importante: en— la libertad. Porque, como dijo Galeano en el mismo texto que antes cité, “libres son quienes crean, no copian; libres son quienes piensan, no obedecen”.
Dudar para pensar, dudar para crear. Quien copia, quien obedece a ciegas, no duda. Y quien no duda, suele hundirse en la pasividad, la inercia, el conformismo. Creo firmemente que el valor de la duda permearía a la perfección en todo plan escolarizado de estudios y en toda cotidianidad casera.
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Impera, en cambio, la enseñanza dogmática, el aprendizaje de verdades impuestas, no cuestionables, a modo de cartilla catequística, moralina o política. Viva el fundamentalismo. Prohibidos el análisis no tendencioso de otros enfoques, el contraste con datos diferentes a los aseverados, el cuestionamiento de los caballitos de batalla aludidos en cada perorata. Tache a la duda meditada como práctica formativa.
¿Y el cuerpo docente? ¿Y la familia, de manera particular el padre y la madre? No les “aplico el beneficio de la duda” (típica muletilla del perdonavidas, dizque como gracia o concesión, aunque en el fondo sea una manifestación de soberbia). Por el contrario, aplaudo la vocación magisterial y paterno-materna, admiro las faenas que en muchas ocasiones han de practicar a contracorriente. Nada fácil resultan sus respectivos roles. ¿Quién, entonces, mejor que ambos protagonistas para instruir al alumnado en el arte de la duda razonable? Lo dudoso habría que endilgárselo más bien a las autoridades que por ley están para apoyarlos, pero lo hacen con fines poco o nada educativos.
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La incredulidad puede ser un sano ejercicio crítico del pensamiento. ¡Cuántos avances no ha logrado la humanidad a partir de ella, tomándola como hipótesis y después como hilo conductor de estudios científicos! De ahí que, volviendo al pensador uruguayo, enseñar es enseñar a dudar. De eso no me queda la menor duda.
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