Patadeperros que escriben
Vozquetinta
La crítica literaria suele ver por encima del hombro a la crónica de viajes. Cuando no la ningunea, la tacha de género menor, nunca a la profundidad y trascendencia de la novela, el cuento, la poesía, el ensayo. Tal vez, si acaso, la iguale a un buen reportaje, aunque ambos géneros los sitúe en el campo del periodismo (como si lo periodístico no fuese también parte de la literatura). ¡Allá ella y sus criterios elitistas! Para mí, viajar y dejar constancia escrita de lo viajado son artes, y bastante mayores.
Me reconozco lector voraz de los viajes cronicados. Además de paisajes, monumentos y épocas históricas, descubro en ellos caracteres, lenguajes, ritmos, ecos de vida lugareños. Cotidianidades que ninguna guía o folleto turístico me ofrecerá, por minucioso que sea. Y de la persona que describe lo que vivió, me permiten conocer sus valores, su concepción del mundo, sus criterios de elección, no se diga su estilo. Las crónicas de viaje, en suma, vendrían a ser una suerte de retratos de lo externo y autorretratos, fotografías de lo otro y selfis. Quien sepa estructurarlas con soltura y amenidad tendría entonces no pocas dotes artísticas.
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Desde luego, para dar con ellas no conviene recurrir a una agencia de viajes, so pena de topar ahí con seres más o menos diestros en manejo de lo turístico convencional, pero no fans de la lectura. Preferibles son las librerías, sobre todo aquellas de viejo, y las bibliotecas públicas (mi destino favorito en éstas es la estación “Descripción y viajes”, ubicada dentro de la escala Dewey bajo el número 917.2). Un auténtico Magical mistery tour, diríamos los creyentes en la beatlemanía.
A guisa de ejemplos y en orden alfabético por apellido autoral, todas escritas no por extranjeros notables de visita en nuestro país (Ajofrín, Calderón de la Barca, Humboldt, etc.) sino por gente oriunda y habitante de México, les comparto hoy las fichas de algunas crónicas de viaje que he disfrutado:
Fernando Benítez, La ruta de Hernán Cortés (Fondo de Cultura Económica, 1950); José Luis Beteta, Viajes al México inexplorado (Editorial Contenido, 1976); Francisco de la Maza, La ruta del Padre de la Patria (Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1960); Guillermo García Oropeza, Viaje mexicano (Utopía, 1979); Carlos Gaytán, Res-pública, bocetos de México (Editorial Diana, 1946); Manuel Gutiérrez Nájera, Viajes extraordinarios (Breve Fondo Editorial, 1996); Mauricio Magdaleno, Tierra y viento (Ediciones Oasis, 1948); Manuel Leal Sierra, Medio siglo de excursión, 1920-1970 (Costa-Amic editor, 1971); Orlando Ortiz, Crónica de las Huastecas: en la tierra del caimán y la sirena (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1995); Enrique Juan Palacios, Paisajes de México (Librería de la viuda de Bouret, 1916); Luis Felipe Palafox, Horizontes mexicanos (Orión, 1968); y Juan Villoro, Palmeras de la brisa rápida: un viaje a Yucatán (Alfaguara, 1989).
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El español mexicanizado Luis Suárez, otro gran cronista de viajes, atinó al sentenciar: “El mejor viajero no es el que más anda, sino el que sabe detenerse”. También, agrego yo, el que nos comparte su pluma andariega y la atrapa en nuestra mirada lectora.
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