Con más asombro, algo de curiosidad y escasa certeza, la inteligencia artificial, IA, está en nuestra conversación. Quedamos al límite de referir las posibilidades probadas de su uso en diversos espacios, las imágenes virtuales en los medios, al conocimiento de resoluciones judiciales elaboradas por ella.
En la cotidianeidad la mención es superficial. La IA no es tema socializado ni siquiera en los ambientes donde ya está presente e impacta su uso.
La obtención inmediata de información a través de plataformas integradas a nuestra vida diaria sea para escuchar una melodía, conocer la temperatura del día, o bien obtener información elemental de cualquier tema sin importar su trascendencia.
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Imperceptiblemente quedamos dependientes de la IA, sin riesgo aparente, en la comodidad de la inmediata solución a nuestras urgencias y hasta ahí. Por eso en aquellas pláticas no asumimos el cambio silencioso, mucho menos el impacto personal y social de su evidente avance.
Por razones laborales y/o interés personal nos adentramos en las diarias novedades sobre la IA, sin lo suficiente para traspasar la admiración del primer momento hacia el conocimiento objetivo de esa nueva forma de vida.
En lo jurídico poco sabemos de las acciones emprendidas en las sociedades más desarrolladas ante los avances de la IA y la necesidad de regularla. En la Unión Europea, por ejemplo, el Parlamento Europeo emitió en 2024 el Reglamento de Inteligencia Artificial, primera norma jurídica de la materia, vigente en el mundo.
Más específicamente, en el ambiente de la impartición de justicia, la noticia de la emisión de sentencias mediante el uso de esta herramienta, provoca discusiones superficiales, no más allá de cuestionar si sustituyen el conocimiento técnico y la experiencia de juzgadora y juzgador firmantes de una resolución prácticamente ajena.
Otro nivel se discusión surge en múltiples foros. Se debate su relación con derechos humanos, democracia, gobernanza, ética, paz, constitucionalismo, economía, política, religión. Las convocatorias surgen de gobiernos, Iglesia, universidades, iniciativa privada, liderazgos, comunidades científicas. El interés crece, diferenciado, pero se multiplica: entre los temas abordados durante la Cumbre del G7, en junio de 2024 en Italia, la IA mereció un extenso capítulo en el comunicado final Apulia-G7.
Algunos productos recientes son: la Carta Iberoamericana de Inteligencia Artificial en la Administración Pública, emitida por el Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo, CLAD, integrado por 24 países de Iberoamérica, de Europa y África; y la Guía práctica para el Diseño de políticas públicas de Inteligencia Artificial. Desarrollo de habilidades para su implementación en América Latina y el Caribe, elaborada por el Grupo de Investigación en Gobierno, Administración y Políticas Públicas, GIGAPP, organismo internacional con enfoque en el desarrollo de Iberoamérica.
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El anuncio, ayer, de la presidenta Sheimbaum de la instalación de grupos científicos avocados a diseñar y fabricar “software libre e inteligencia artificial” es importante.
En Nexus (Debate, 2024), Yuval Noah Harari, describe significado y alcances de la IA. En dos líneas del prólogo llama a la preocupación, interés y ocupación para abordarla en proyectos personales, decisiones políticas y gubernamentales.
Dice el investigador de Cambridge: “La IA puede alterar el curso no solo de la historia de nuestra especie, sino de la evolución de todos los seres vivos.” Así de claro y contundente.
MHO
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