El Faro
Es cierto que casi cada año vemos las imágenes que dejan los desastres producto de eventos climáticos extremos. Aunque, si ponemos atención, en ellas podemos reconocer ciertos patrones. Uno de ellos es que la población más afectada pertenece a los sectores más marginados.
Sea en ciudades o en zonas rurales, quienes sufren la furia de los fenómenos climáticos pertenecen a los estratos que tienen menores ingresos y que al mismo tiempo viven en zonas vulnerables y de alto riesgo. Cada estado tiene su propia historia, pero el hecho de que cada año veamos las mismas imágenes tiene que ver con la falta de planeación y previsión por parte de las autoridades, sean del nivel que sean.
Desde hace ya varios años, México cuenta con herramientas que le permiten a sus gobiernos llevar a cabo políticas de prevención de desastres. Pero, por lo visto, quienes deberían utilizarlas no lo hacen. O lo peor, ni siquiera las conocen.
Una de esas herramientas es el Atlas Nacional de Vulnerabilidad al Cambio Climático, editado por la Semarnat y el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático cuya última edición data de enero de 2022. Ese documento permite explorar mapas interactivos que muestran los niveles de vulnerabilidad por estado, municipio, tipo de fenómeno extremo y componentes sociales, económicos y ambientales.
El documento interactivo establece que hay mil 448 municipios a nivel nacional que presentan muy alta y alta vulnerabilidad al cambio climático. Y sí, si uno ve en el mapa a Hidalgo aparecen los municipios que hoy sufren por las lluvias que dejó a su paso el huracán Priscilla y la tormenta tropical Raymond.
Por ejemplo, el Atlas advierte que Huehuetla tiene una vulnerabilidad social alta. Presenta rezago en servicios básicos, marginación y población indígena con acceso limitado a infraestructura. También alerta que el municipio es susceptible a fenómenos climáticos como lluvias intensas, deslaves y aumento de temperatura.
También enlista los riesgos principales que enfrenta: inundaciones en zonas bajas, pérdida de cultivos, afectación a caminos rurales y viviendas precarias. Establece que el municipio tiene una capacidad adaptativa limitada, por baja inversión en infraestructura y servicios públicos.
El diagnóstico se repite para Tenango de Doria, e indica como riesgos principales los daños a cultivos de maíz y café, afectación a caminos rurales, y riesgo de aislamiento por derrumbes.
Y no, no fue Nostradamus quien escribió esas advertencias para ambos municipios. Se trata de un ejercicio de planeación, que debería servir a los gobiernos para establecer políticas de prevención y de protección para las comunidades que viven en esas y otras demarcaciones.
Pero nada, ante los fenómenos climáticos extremos recientes solo vimos el pasmo. Ni alertas tempranas, ni políticas sociales previas que muestren una voluntad de atenuar los riesgos para la población vulnerable.
Lo que vemos ahora es una política reactiva para atender a la población una vez que pasó el desastre. Miles de despensas, helicópteros trasladando rescatistas, maquinaria trabajando a marchas forzadas. Pero todo es a toro pasado. Lo triste es que esta misma historia seguramente la veremos en el futuro cercano. Quizá en el próximo verano de 2026.
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