El día obliga. Ni modo de desperdiciar un 2 de noviembre para hablar de otro tema, cavilé ayer. La incógnita era en qué debía centrarme, qué enfoque inusual o novedoso podía ofrecer acerca de la muerte (o mejor: acerca de las costumbres en torno a la muerte) sin caer en los esquemas fáciles, los clichés, los caballitos de batalla. Y menos, enfocar el artículo desde la lupa de la “tradición”, esa muletilla de moda, tan manoseada e imprecisa. ¡Ay, a qué dilema se enfrenta uno como columnista!
Pensé en dedicar mi artículo a las calaveritas de días de muertos, pero su época de oro ya pasó a la historia. Las poquísimas que ahora circulan me parecen bastante zonzas. Están mal construidas y peor rimadas, llenas de lugares comunes y frases de cajón. Para colmo, sin pizca de ingenio. Algunas, incluso, en vez de hacerme reír, me dan pena ajena. Habría que resucitar a los epigramistas de antaño, ya no se diga a los maestros ilustradores, como Posada, o los osados impresores, como Vanegas Arroyo, para fumar la pipa de la paz con estas ricas expresiones de versería y caricatura populares.
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Me acordé entonces de la imaginería de nuestros cementerios, rica en esculturillas y altarcitos tan solemnes como cándidos, pero finalmente decidí no dedicar todo un artículo a ese tentador asunto. Tampoco, a la onomástica que descubre uno en las tumbas, misma que, como sabemos, solía inspirar a Rulfo y García Márquez para nombrar a los personajes de sus obras literarias. Y tampoco, a los mensajes lapidarios con que los deudos dan el último adiós a la persona amada, como aquel que mandó esculpir una viuda en el sepulcro de su esposo: “Aquí yaces / y haces bien; / tú descansas, / yo también”.
¿Y los centenares de eufemismos que empleamos en México cuando no queremos mencionar por su nombre al acto de morir? ¿Y los refranes, los proverbios, los dicharachos en torno a la muerte? Mejor hablo de otra cosa, me dije. No vaya a ser la de malas y tenga que “colgar los tenis”, “entregar el equipo”, “despedirme de este mundo” o “liar el petate” antes de tiempo. O en una de ésas, aunque “A mí la muerte me pela los dientes”, los lectores me acusen de desvergonzado, por aplicar en mí mismo aquello de “Unos van a la pena y otros a la pepena”.
Total, ahi muere, concluí ayer. Es hora de poner mi ofrenda, como cada año. Ya mañana, fiesta de los fieles difuntos, será otro día y sanseacabará este tormento.
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