Nunca es fácil hacer frente al inexorable paso del tiempo y mucho menos a la presencia inminente de la muerte, por más que se dé a cierta distancia de donde uno se encuentra. Pienso en ello tras el asesinato de una compañera periodista y también porque me acerco a cumplir un año más de vida (y el acumulado ya no es poco).
Intento revisar la paleta de sensaciones que me acompaña y encuentro muy consecuente citar al escritor español Agustín Fernández Mallo, autor de uno de los mejores libros que leí durante este año que se agota –Madre de corazón atómico-. Este científico de formación apunta: “Todo detalle que fijamos en la memoria y después ascendemos a recuerdo lo hacemos para que tarde o temprano aflore como nudo sentimental, como generador de un conflicto. Lo gracioso es que si ese conflicto no ocurre, lo inventamos. Un tiempo intransferible y propio es ésta inevitable, y a veces también perversa, construcción de la memoria”.
¿Nudo sentimental? ¿El ejercicio continuo de la memoria? ¿La propia existencia que se va? Mientras escribo escucho Rome, el reciente álbum en vivo de The National y hay una de sus tantas canciones emotivas que suelta: “Guardo lo que puedo de ti/ Vistazos fugaces e instantáneas y sonidos/ Tú en mi camiseta de New Order/ Sosteniendo un gato y una cerveza”.
No tengo el gato, pero sí la cerveza y la camiseta de New Order… ni duda cabe, en todo esto hay mucha nostalgia, pero también un pronunciamiento puntual de lo que para mí significa ser un adulto durante el estertor del 2024.
En Madre de corazón atómico el protagonista reconstruye el legado de su padre muerto mientras reordena el archivo heredado y pone también en secuencia sus recuerdos. Mientras que The National, el grupo de Ohio, radicado en Nueva York es un ejemplo impresionante de lo que es ejercer el rock siendo totalmente adultos y congruentes.
Matt Berninger canta: “Nunca pensé en el amor/ Cuando pensé en casa/ Todavía le debo dinero al dinero, al dinero que debo”. Pocos o casi nadie pueden esquivar los compromisos de la vida adulta, pero se les puede hacer frente desde la perspectiva del arte y la cultura… así lo he decidido, así lo hago.
Madre de corazón atómico narra un viaje ocurrido en 1967 -cuando todavía yo no nacía-, mientras que Matt Berninger tiene 53 años de edad -pocos años menos de los que ahora cumplo-; es así como uno queda atrapado entre el tiempo y los recuerdos -los vividos y hasta los inventados-.
Los libros que leemos y los discos que escuchamos son ese asidero al que nos aferramos para sobrevivir entre el mar agitado de nuestras vidas… sin ellos ya nos hubiéramos ahogado hace mucho; el arte es ese faro que ilumina y señala la distancia a la que nos encontramos de la orilla de la existencia.
La sola posibilidad de que exista una ética y una estética ayudan a dar sentido a un entorno que tiende al materialismo más salvaje y feroz. La clave es no dejar que nos conviertan en uno más de la masa y decantarse por la individualidad a toda costa.
El arte no hace sino plantarle batalla a la vida y darle sentido a una batalla que entendemos perdida incluso antes de que comience.