Luisa María Alcalde: La esperanza renovada

Por Dino Madrid

La renovación de la dirigencia nacional de morena, el partido más grande de México y de Latinoamérica marca un hito decisivo en la historia política de nuestra gran Nación. Morena, nacido de las entrañas de las luchas sociales y forjado en la resistencia popular, se encuentra ahora ante un momento crucial: por primera vez, será dirigido por una mujer, joven, fundadora y formada en los principios y valores democráticos que dieron origen a este movimiento. Un relevo que no solo simboliza una nueva etapa, sino que también coloca en sus manos la doble tarea de consolidar el proyecto político de la Cuarta Transformación y de institucionalizar al partido con apego a los valores que le dieron génesis.

La elección de esta joven dirigente no es casualidad, ni mucho menos un simple cambio de figuras. Es la expresión de un clamor profundo de renovación, de una apuesta estratégica por la continuidad con el cambio, por una izquierda que se fortalece en su capacidad de adaptación sin perder su esencia transformadora. Esta dirigente no solo encarna la frescura y la energía de una nueva generación, sino que también lleva consigo la experiencia de haber estado en la primera línea de la fundación de este proyecto que hoy se ha consolidado como la principal fuerza política de México y del continente.

El desafío principal que enfrenta es claro: acompañar y fortalecer el gobierno de la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo. Un gobierno que reivindicará la justicia social, la redistribución de la riqueza y el acceso universal a los derechos básicos como ejes centrales. Sin embargo, este acompañamiento no es ni puede ser pasivo. La nueva dirigencia está llamada a ser crítica, a profundizar en el debate interno, y a mantener una vigilancia constante para garantizar que los principios que llevaron al poder a este movimiento sigan siendo la brújula que guíe cada decisión. La institucionalización del partido no debe ser una camisa de fuerza, sino un medio para garantizar que la democracia interna sea robusta, que las decisiones sean colectivas y que los principios éticos sigan siendo el eje rector.

Este reto, sin embargo, está lejos de ser sencillo. La institucionalización de morena es una tarea monumental que debe enfrentarse con inteligencia y, sobre todo, con una convicción inquebrantable de que las estructuras organizativas no pueden ni deben ser un fin en sí mismas. Morena debe ser un vehículo para la participación popular, una herramienta que asegure que las bases, las comunidades y los movimientos sociales tengan voz y voto en las decisiones fundamentales. La construcción de una institucionalidad sólida no puede sacrificar la cercanía y participación del pueblo, porque en esa cercanía reside la verdadera fuerza de este proyecto político.

La nueva dirigencia tiene el reto de institucionalizar sin burocratizar, de fortalecer la estructura interna sin perder el alma del movimiento. Este partido nació de la lucha contra la exclusión, la injusticia y la corrupción, y su misión debe seguir siendo transformar esas realidades. La institucionalización debe estar al servicio de la democracia, y no de las élites políticas. La participación popular no puede ser solo un eslogan; debe ser el motor que impulse cada decisión.

En este contexto, el liderazgo de una mujer joven, formada en los valores democráticos que dieron origen a este partido, es una señal inequívoca de que el partido está dispuesto a mirar hacia adelante sin olvidar sus raíces. Las mujeres han sido históricamente las principales agentes de cambio en nuestras sociedades, aunque su protagonismo ha sido, muchas veces, invisibilizado. Hoy, ese protagonismo se hace visible de manera contundente, con una dirigente que no solo representa el relevo generacional, sino también la fuerza transformadora de las mujeres en la política.

El camino hacia 2027 estará lleno de desafíos, tanto a nivel interno como externo. La institucionalización democrática del partido será esencial para asegurar que las luchas populares no sean cooptadas ni diluidas en el poder. Pero este proceso no será fácil, y requerirá de una dirigencia que combine firmeza con flexibilidad, principios con pragmatismo, y sobre todo, un profundo sentido de responsabilidad hacia el pueblo al que representa.

El horizonte es claro: consolidar un partido capaz de sostener y profundizar el proyecto político de la izquierda humanista en México, mientras se construye una organización democrática y participativa que responda a las necesidades del pueblo. El liderazgo de Luisa María será fundamental para lograrlo, y su capacidad para articular las demandas de las bases con los desafíos del poder será la clave del éxito.

Hoy, más que nunca, necesitamos una izquierda que se mantenga fiel a sus principios, que no ceda ante las presiones del poder y que siga siendo un motor de transformación. Con una mujer joven y comprometida al frente, estamos más cerca de lograrlo. La renovación es solo el comienzo de una lucha que continuará hasta que la justicia social, la igualdad y la democracia sean una realidad para todos y todas.

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