Leyenda: El duende de la mina
Estaban trabajando en la mina Francisco y Adrián cuando, de repente, escucharon unos pequeños murmullos en el fondo de la mina.
— Escuchaste eso- dijo Francisco
— Sí — respondió Adrián
— Vamos a ver qué es.
Los dos hombres dejaron su trabajo para averiguar. Entonces, vieron a un hombre pequeño de espaldas, traía puesto un gorro en la cabeza, sus orejas eran puntiagudas, su ropa diminuta: chamarra y pantalón de color verde obscuro y unas botas con casquillo en la punta.
Los mineros vieron que el hombrecito guardaba oro en unas ollas, las ponía en un carro y las empujaba sobre unos rieles.
Los hombres hicieron ruido y el duende de inmediato se escondió en una de las paredes de la mina.
—Vamos a atraparlo, a ver si es cierto lo que la gente cuenta sobre los duendes: si atrapas uno de ellos, tienen que darte su oro escondido, a cambio de su libertad.
—¡Se metió en este túnel!
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Tardaron un rato en esperar a que saliera el duende, en cuanto se asomó, Francisco le echó una frazada roja encima y le hizo un nudo con un lazo haciendo un tipo bolso. Pasó un largo rato, los mineros ya se estaban desesperando hasta que se escuchó una vocecita que pedía que lo dejarán salir porque ya no podía respirar.
— ¡Déjenme salir, ya no resisto me falta el aire!
— No te dejaremos salir, hasta que nos digas dónde tienes tu oro.
— Está bien, pero abran la bolsa, ¡quiero salir!
Cuando Francisco desamarró la cuerda, de un brinco salió el duende, entonces le vieron el rostro: su nariz era grande y traía una barba larga y roja.
Los llevó a una parte de la mina que ellos no conocían, un túnel que llevaba a la superficie y a un bosque. Al salir de la mina el duende los llevó hasta un árbol enorme con una ranura en la parte del tronco, les dijo que lo esperaran, que él saldría con cuatro bolsas de oro para ellos. Antes de dárselas les dijo:
— No lo pueden usar hasta tres días después, si lo llegan a ocupar antes de tiempo sufrirán un castigo por desobedecer.
La maldición del rey de los duendes decía que ningún humano debía tomar su dinero o un castigo caería sobre ellos o algún ser querido.
Después de tres días la maldición se iba y podían usar el oro a su antojo. Pero la ambición de los mineros fue más grande, y gastaron el dinero antes de los días mencionados.
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Días después Francisco estaba en su casa, se había comprado un caballo blanco, que apenas empezaba a domar. Su hijo de seis años lo vio, corrió hacía donde estaba su papá para montar el corcel blanco, pero cuando el niño se acercó el caballo lo pateo, fue a estrellarse contra una barda de la casa; al ver lo sucedido, Francisco corrió por su hijo, lo tomó entre sus brazos, pero el niño estaba inconsciente. Mandaron a buscar al doctor pero cuando llegó, el niño había muerto.
Ese mismo día, Adrián fue a nadar con su novia, ambos se sumergieron en el agua, pero ella no salió, su pie se había quedado enredado en unas plantas.
Cuando Adrián logró sacarla del agua ella estaba muerta. A cada uno se le presentó el duende diciendo:
— ¡Se los advertí! Si usaban el oro antes de tiempo, sufrirían una maldición y perderían a un ser querido.
Fuente: Allá en mi Pueblo Cuentan
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