Las benditas redes
El 17 diciembre de 2010 un joven de 26 años de nombre Mohamed Bouazizi decidió inmolarse frente a las oficinas del ayuntamiento de la comunidad de Sidi Bouzid, en Túnez. La dramática decisión de quien se dedicaba a la venta de frutas en un puesto ambulante se debió a que la policía local lo humilló y le confiscó su puesto y su mercancía. Desesperado porque las autoridades no quisieron escuchar sus argumentos para recuperar su fuente de ingresos, el joven se bañó con una lata de pintura inflamable y se prendió fuego. La acción de Bouazizi, quien murió en enero de 2011, fue el detonante de lo que hoy se conoce como la Revolución Árabe y que en el caso tunecino puso fin a 23 años de dictadura de Zine Abidine Ben Ali.
¿Cómo un hecho aislado pudo desencadenar en los días, semanas o meses posteriores la también llamada Primavera árabe, que incluyó manifestaciones multitudinarias en las calles de Egipto, Libia, Siria, Yemen, Argelia, Omán, Barhéin y Jordania? En varios de estos países había componentes similares que ayudaron al despertar ciudadano: entronización de sus gobernantes, corrupción rampante, desigualdad económica, hartazgo, desempleo y un largo etcétera. Todo este caldo de cultivo, más las redes sociales, permitieron que la gente de a pie estuviera al tanto en tiempo real de lo que ocurría en su entorno y a kilómetros de distancia. A través de posteos, blogs, retuits se convocaba y se informaba de las movilizaciones. Hay quienes han bautizado la revolución tunecina como la “revolución de Twitter” o la “revolución de Wikileaks”, durante las movilizaciones se conocieron documentos que reconfirmaban el abuso de poder de Ben Ali al frente de esa nación norafricana.
Otros estudiosos del tema o analistas indican que es exagerado plantear que las redes sociales tengan tanto poder como para lograr una revolución. Lo cierto es que plataformas como Facebook, Twitter, Instagram, Tiktok, juegan cada día un papel más relevante en la comunicación entre los ciudadanos, para bien o para mal. Para nadie es un secreto que la viralización de un mensaje a través de las redes sociales puede llevar al desprestigio de una persona honorable o al encumbramiento de un déspota.
México está a años luz de lo que vivía política y socialmente Túnez y varios de los países árabes involucrados en las revueltas de principios de siglo. Pero el viernes, el país registró un hecho sin precedentes a través de las benditas redes sociales, particularmente Twitter, que marcarán un parteaguas en la vida política del país y en la utilización de esta herramienta. Quizá sin proponérselo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, con su decisión de evidenciar lo que dijo le llegó de un ciudadano –los supuestos ingresos del periodista Carlos Loret—logró que decenas de miles de personas se unieran por la tarde-noche a través de Twitter en un ejercicio suigéneris para exponer de manera pacífica su sentir respecto a esta acción de gobierno, que podríamos considerar el mayor tropiezo en la estrategia de la comunicación presidencial.
Lo interesante del fenómeno del viernes fue que a través de la herramienta de space miles de personas se unieron y durante horas expusieron sus argumentos de manera civilizada. Lo mejor es que hubo un momento de la noche en la que dos grupos convivieron en la misma red social defendiendo sus posiciones bajo dos hastag distintos: #TodosSomosLoret y #NoTodosSomosLoret. Uno de ellos, el primero, impuso récord mundial. Esa es una buena lección para todos. Las redes sociales pueden y deben usarse para el debate civilizado, para la exposición de las ideas sin la denigración del contrario, y para hacer de ellas un bien común.
Twitter: migueles2000
Comentarios: miguel.perez@estadodemexico.jornada.com
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