La vida en un bolero

La vida en un bolero

Muchos de ellos marcaron las vidas, las formas de entender el mundo, los comportamientos de varios de nosotros.

Enrique Rivas Paniagua
Marzo 30, 2025

Cientos de veces he oído el bolero Relámpago, compuesto e interpretado por los hermanos Martínez Gil. Chinita me dejan la piel sus arreglos (los chiflidos iniciales, la agudez de la trompeta con sordina, lo garigoleado de los bongós, las baquetas percutiendo con fuerza la tarola, el diálogo contrapunteado del canto y los instrumentos como remate de la pieza). Me impacto también el tonito quejumbroso de las voces, de por sí característico de dichos artistas, pero sublimado en esta canción. Y, sobre todo, los contradictorios sentires que permean en la letra.

¿Cómo está eso de que “No por odiarla te pido / que te la lleves muy lejos, / más lejos del más allá”? ¿No basta con pedirle a un tempestuoso chispazo de luz que lleve a la amada al más allá (dondequiera que se encuentre ese patético más allá) sino a un rincón peor de dramático, más lejano todavía que el otro? ¿De qué manera entender aquello de “Relámpago, furia del cielo, / que has de llevarte mi anhelo, / adonde no puedas más”, si en seguida se le ruega: “Dile que la quiero mucho, / que cuando su nombre escucho / me dan ganas de llorar”? ¿No que la odiaba? ¿No que al verla se espantaba y ya no quería verla más? ¿No que anhelaba descorrer el manchado velo con que cubría el desconsuelo que le dejó su maldad?

¡Oh, enigmas líricos de los boleros de nuestra época de oro de la canción! Muchos de ellos marcaron las vidas, las formas de entender el mundo, los comportamientos de varios de nosotros. Siguen guardados en el subconsciente. Afloran cuando la tristeza, la decepción o el dolor nos invaden. Funcionan como boyas salvavidas, corazas protectoras, luces al final del túnel. Cuantimás en noches procelosas o de bohemia guitarrera, si no es que también para correr gallo. Y no olvidemos que más de uno sirvió como tema central de película o como título de novela (ejemplo muy conocido: Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta).

Recuerdo haber leído en algún texto que Carlos Monsiváis solía comentar la huella que siempre dejaba en su sensibilidad uno de los versos del bolero Amar y vivir, creación de Consuelo Velázquez: “No quiero arrepentirme después / de lo que pudo haber sido y no fue”. No me extrañaría, en consecuencia, enterarme de otras celebridades que hayan sido sacudidas por otras verserías bolerísticas, tipo “Me tienes / pero de nada te vale; / soy tuyo / porque lo dicta un papel” (Mar y cielo, de Julio Rodríguez), o bien: “Y todo ese amor que a tus plantas rodó como tuyo / lo voy a vencer con el recio puñal de mi orgullo” (Orgullo, de Álvaro Carrillo).

Los boleros son pasados insertos en el presente. Historias personales vueltas a crear cada que se tocan y cantan, igual que fénix emotivos que resurgen cuando escuchamos una sentencia como “Y si pretendes remover las ruinas que tú misma hiciste / sólo cenizas hallarás de todo lo que fue mi amor” (Cenizas, de Wello Rivas). Nada importa que un relámpago y su vertiginoso vuelo terminen por llevárselos más lejos del más allá.