La historia del ser humano es la de la contradicción; en diversos temas uno mismo enfrenta posturas divergentes. Y ahora paso a exponer una historia personal, que seguro habrá de reflejar pasajes similares en otras muchas personas.
En Historia Abreviada de la Literatura Portatil, el escritor catalán Enrique Vila-Matas cuenta que La conspiracion shandy o Sociedad secreta de los portátiles fue fundada en 1924 en la desembocadura del río Niger; se dice que en ese grupo “imposible” militaron Marcel Duchamp, Scott Fitzgerald, Walter Benjamin, Cesar Vallejo y García Lorca, entre otros.
Los requisitos para formar parte de aquella cofradía eran que la obra artística de cada uno pudiera caber en una maleta y que pudieran funcionar como una “perfecta máquina soltera”.
Así se lo repetí al poeta Daniel Fragoso (a quien celebro por su reciente cumpleaños) cuando dudaba sí regresar a Europa para continuar sus estudios; –cuando decides emprender el viaje, tú vida cabe en un maleta-; es decir, no debes atarte a las cosas del mundo.
Pero pasa el tiempo y uno va recolectando objetos queridos conforme va viviendo. Tuve la suerte de conocer la enorme colección de discos del escritor y rockero Federico Arana y sé muy bien que el periodista David Cortés acumula una enorme cantidad de materiales.
Desde muy chico quise tener vinilos e incluso los pedía a Los Reyes Magos; crecí entre el rock and roll y la Discoteca Orfeón A-go-go. Me tocó el estallido del Rock en tu idioma y del rock mexicano. Me la pasé comprando discos -incluso ahorrando mi pasaje para ir a entrenar futból, prefería caminar-.
Siempre supe que todos esos maravillosos álbumes reposaban en la casa de mis padres y no volví a ellos en muchos años, pero el día en que lo hice ocurrió la tragedia: ¡muchos ejemplares no estaban!
Llamé a ese día La venganza de Marie Kondo; esa japonesita que recomienda tirar todo aquello que nos estorba -y que es casi todo, según ella-; esa gurú japonesa de la era millennial contagió a mis veteranos progenitores de su máxima:“La eliminación es el primer paso para la organización”.
Ya antes habían tirado mi colección completa de La jornada semanal, procedente de los tiempos en que era revista con portada a color y la dirigía Bartra. Aquella fue una salvajada, pero lo de los vinilos lo sentí como una puñalada en el corazón.
Kondo justifica su “tiradero” alrededor de todo aquello que no nos da felicidad, así que no aplica para todos aquellos queridos acetatos unidos estrictamente a mi niñez y juventud.
Por otro lado, me enorgullecen mi biblioteca y mis obras de arte; acumulo hasta botellas vacías que me recuerdan a grandes amigos y ocasiones; por supuesto que desprecio las recomendaciones de Kondo, pero ahora he recibido un golpe terrible ya sea en calidad de coleccionista o acumulador.
Aún sigo buscando ese lote de discos faltante y cuyos títulos van brotando de mi memoria -un bastión que todavía me queda-. No pierdo la esperanza de encontrarlos y obtener algo de reposo para el alma.
De lo contrario, una vez más la pérdida me habrá dado un golpe terrible. ¿Acaso hay otro sentido para la existencia que acostumbrarse a dejar en el camino a personas y objetos queridos? Se sabe, La vida es la escuela del dolor, pero hay lecciones terribles… ¡Marie Kondo te odio!