La música regional mexicana —en especial los llamados narcocorridos— es la nueva víctima favorita de la aristocracia opinadora, que ahora busca culparla de todos los males sociales. Esta cruzada moralina, encabezada por sectores conservadores y elitistas, pretende silenciar una expresión cultural que incomoda porque retrata una parte del país que muchos prefieren ignorar.
El año pasado, Coachella expuso lo que ya era evidente: los corridos tumbados son un fenómeno musical global. Artistas como Peso Pluma y Junior H pisaron el escenario del festival más importante del mundo, no por capricho, sino porque su música conecta con millones y domina plataformas como Spotify, incluso por encima de leyendas como los Rolling Stones o los Beatles.
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Lejos de censurarlos, Coachella visibilizó un género que incomoda al conservadurismo —tanto el gringo como el mexicano—, que no soporta ver en el centro de la conversación cultural a jóvenes de barrios humildes, con estética propia, contando historias ajenas al canon de lo políticamente correcto.
La reacción fue inmediata: ahora se afirma que los corridos tumbados son la principal vía de reclutamiento del narco entre los jóvenes. Un argumento tan débil como reciclado: primero fueron los videojuegos, luego el reggaetón… ahora, los corridos. Pero nadie quiere hablar del abandono institucional, la corrupción de décadas o la falta de oportunidades reales para millones.
Resulta grotesco ver a exgobernadores priistas —a quienes se les ha vinculado con Los Zetas en Coahuila— rasgarse las vestiduras por esta música. Y aún más irónico que haya quienes pongan más atención al contenido de un corrido que al hecho de que un ex secretario de Seguridad Pública, como Genaro García Luna, tuviera nexos directos con el narcotráfico.
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La verdad es que la contracultura solo molesta cuando escala al mainstream, y eso es lo que ha pasado. Los corridos tumbados ya no pueden ignorarse, y eso pone nervioso a más de uno. Pero si de verdad se quiere evitar que los jóvenes terminen en el narco, la solución no es censurar la música, sino ofrecerles un futuro.
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