La foto del (arcaico) recuerdo

Vozquetinta

Abres una caja de zapatos convertida en baúl de nostalgias y te descubres ahí, en aquella foto de antaño, cuando tu pelambre a la moda sesentera te cubría las orejas y faltaban siglos para que a su negritud la encalicharan las canas. Te ves sonriente en la imagen, aunque no olvidas que entonces así ocultabas la desazón que sacudía tus adentros. Te complaces con tu antigua postura sin hombros caídos y frente alzada, pese a los años trascurridos. Te regresas a la vieja sensación de que aún sobraba tiempo de ir construyendo experiencias de vida, futuros ayeres que rememorar, antes de que aplicaras a ti mismo When I’m Sixty Four, esa rolita beatle que tan utópica te sonaba en tus roqueras mocedades.

No te hallas anticipos de chochez en aquella foto avejentada. A tu piel, no obstante lo curtida que la había puesto el sol de tus excursiones por México, las arrugas le hacían lo que el viento a Juárez. Tu mente creía seguir siendo joven, luchista, introspectiva. Lo notas en tu semblante retratado, en tu mirada cómplice hacia la cámara, pero te abstienes de correr ahora al espejo para mirar cuánto has caído en lo contrario. Y es que no quieres salirte del punto mágico a que te condujo aquel papel fotográfico, ese vetarro cartoncito impreso todavía con artes químicas de laboratorio, no digitales, donde encontraste revelada tu otrora verdad. ¿O no guardaste la foto con tal propósito?

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Te preguntas si sigues considerándote el tú que antes fuiste y terminas por otorgarte el beneficio de la duda. Para bien —o quién quita: para no tan bien—, ya eres otra persona. Un mismo loco, pero diferente al mismo loco que fuiste. La foto es tu testigo de cargo y hasta creerás que igualmente tu juez e incluso tu verdugo. Tienes en tus manos el documento probatorio, si no quieres llamarlo condenatorio, reflejo de una entelequia que congeló para la posteridad el click de la cámara.

Todo ello pasa por tu mente al momento de poner de nuevo la foto en su sitio original. Lo bueno es que no te arrepientes de haberla descubierto. Un flashback de tarde en tarde cae de perlas para conjugar el verbo añorar, con mayor razón si la morriña se centra en una lejana ilustración. Rehiciste al pretérito en un nuevo presente, para apuntalar tu razón de vivir, para darte movimiento perpetuo. ¡Ay, Enrique, lo que hace una simple placa fotográfica que ya ni recordabas tener en una caja fuerte (o sea, una vil caja de zapatos convertida en archivo)!

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Enrique Rivas Paniagua

Contlapache de la palabra, la música y la historia, a quienes rinde culto en libros y programas radiofónicos