La escritora que le gusta provocar
La también locutora cuenta cómo su libro, que en un inicio pretendía ser autobiográfico, termina en una obra tierna, pero a la vez cargada de dolor y complejidad
Todos en algún momento de la vida hemos sido vigilantes y todos, también, hemos sido vigilados. Vigilamos o nos vigilan por amor o por temor. Y la vigilancia puede ser consciente o inconsciente. Y esa acción de cuidar y observar al prójimo ocurre desde que se es niño hasta la edad adulta, aunque la forma como se hace puede variar.
Una de esas variantes es la que Elvira Liceaga, locutora y escritora, eligió para dar forma a su más reciente novela Las vigilantes, de Editorial Lumen, obra que en un inicio pretendía ser un texto autobiográfico, pero que al correr de la tinta adquirió vida propia y termina en una obra tierna, pero a la vez cargada de dolor y complejidad en sus tres principales protagonistas.
“Mientas más reflexiono sobre el libro más me doy cuenta de que en la ficción lo que me interesan son las experiencias y no los temas. Lo que me interesaba con esta novela era explorar cómo entre ellas, juntas y separadas, hacen la vida vivible a pesar de las ausencias, a pesar de las despedidas, a pesar de los duelos.
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“Y por despedidas me refiero no solo a las del pasado cuando la vida nos ha arrebatado a un ser querido, sino también a las despedidas futuras, como Silvia que va a despedirse de su bebé y vive una ambivalencia muy específica.
“Entonces me interesaba retratar la complejidad de los duelos y los duelos eran diferentes matices y cómo entre ellas a veces se cuidan, a veces también se cruzan límites, a veces creen que saben lo que la otra necesita o creen que pueden ayudar a la otra y en realidad la que necesita ayuda es una misma”, reflexiona Liceaga en entrevista para La Jornada Hidalgo.
Las vigilantes narra la historia de Julia, joven escritora que regresa a México después de varios años fuera del país, a casa de su madre, Catalina, mujer terapeuta quien vive con el duelo de la pérdida de otra hija. Catalina es voluntaria en una casa de monjas donde habitan mujeres embarazas que al dar a luz entregarán a sus bebés en adopción.
Una de esas mujeres es Silvia, una joven analfabeta con varios meses de embarazo y a quien Julia, por petición de su madre, enseñará a leer y escribir para que pueda redactar una carta a ese hijo que no volverá a ver una vez lo entregue para su adopción.
“La novela empezó en sus primeros borradores como un ejercicio autobiográfico y las personajes no se llamaban así, ni eran ellas. Y muy pronto en la escritura empecé a inventar escenas, recuerdos y desde luego inspirándome siempre en mí, en mi historia familiar, en las historias familiares de mis amigas, en las mujeres que pertenecen a la generación de mi madre y mi abuela.
“Pero de pronto me di cuenta de que estas tres mujeres eran personas que yo no conocía y que quería conocerlas, tenía que escucharlas, no solo en sus palabras, en su lenguaje, en su vocabulario, sino también sus cuerpos, cómo se movían, cómo se relacionaban con su proceso corporal”.
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—Dices que la obra primero fue una especie de libro autobiográfico, ¿se puede saber qué de esa parte de tu vida, de tu familia, está plasmada en la obra?
“Los duelos familiares, los duelos por muertes infantiles (que) hay en mi familia y yo ahora soy madre y son mi peor pesadilla. La protagonista que se llama Julia es locutora o fue locutora, yo también soy locutora, también escribo, también viví en Nueva York. También siento que fracaso constantemente en la escritura como ella. Mi madre sí es terapeuta y también se jubiló”, confiesa la autora.
Respecto a Silvia, explica que el personaje es una especie de amalgama construida a partir de sus amigas, pero también de su visita a varios albergues regidos algunos por la religión, donde viven mujeres que esperan un bebé que no desean o que darán en adopción.
Interrogada sobre el personaje de Catalina, la madre de Julia, la conductora actualmente del programa radiofónico “Las partículas elementales” en el que entrevista a otros escritores, Elvira Liceaga, se sincera y explica que es un personaje sobre la madre que por momentos ella sería.
“Catalina más que parecerse a mi madre creo que se parece en algunos momentos a la madre que yo sería, una madre que a veces se cansa de ser madre, una madre que a veces se siente asfixiada.
“Una madre que tiene muchos planes y que está esperando el momento de poder realizarlos, pero que también es tierna, que también cría, pero que está aprendiendo a cuidarse a sí misma para poder cuidar y a ejercer la maternidad en sus propios términos o a maternar en sus propios términos”.
—¿Con qué sensación o con qué quisieras que se queden tus lectores al momento de terminar tu novela?
“La verdad no lo había pensado porque si me pongo a pensarlo, me pongo muy nerviosa, pero he recibido comentarios realmente lindos de personas que me han dicho que han llamado a su madre con quien no hablaban hace mucho tiempo después de leer el libro.
“Yo no escribo para complacer, escribo para provocar. Para provocar sensaciones, para provocar ternura, coraje, para provocar autocuestionamiento… y esos son los libros que me gusta leer”, asegura Liceaga, quien ahora está inmersa en la escritura de un guion documental.