“La literatura es una de las formas de la felicidad; quizá ningún escritor me haya deparado tantas horas felices como Chesterton”, escribió Jorge Luis Borges, además de esta referencia que es en sí una invitación a su obra, al escritor inglés también le debemos una regla que se conoce como la cerca de Chesterton, que sugiere que nunca se debe destruir algo, cambiar una regla o alterar una tradición si no se comprende porqué se creó en primer lugar.
“¡No destruyas lo que no entiendes!” escribió Gilbert Keith Chesterton, y en esta frase, de cierta manera, existe un llamado a la humildad al criticar y querer reformar desde políticas o instituciones, hasta costumbres familiares, protocolos laborales o líneas de código en programas informáticos.
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En un artículo de la BBC se anotan algunas de las cuestiones relacionadas alrededor del pensamiento de Chesterton, apuntando: “en materia de reformar cosas, a diferencia de deformarlas, hay un principio claro y simple”. El autor inglés, también sugirió imaginar “en aras de la simplicidad, una cerca o puerta erigida a través de un camino”. Comentando, “el tipo más moderno de reformador se acerca alegremente y dice:
“No veo la utilidad de esto; tumbémosla”…A lo que el tipo más inteligente de reformador haría bien en responder: “Si no le ves la utilidad, ciertamente no dejaré que lo elimines. Vete y piensa. Luego, cuando puedas regresar y decirme que ves su utilidad, puedo permitirte que lo destruyas”.
La idea es que sólo cuando sabes cuál era el propósito de algo, puedes decidir si aún es necesario, si se debe modificar o sencillamente omitir. Según Chesterton, ese principio se basa en el sentido común más elemental. “La cerca no creció allí. No fue creada por sonámbulos que la construyeron mientras dormían…Alguna persona tuvo alguna razón para pensar que sería algo bueno para alguien. Y hasta que sepamos cuál fue el motivo, realmente no podremos juzgar si fue razonable”.
Y advirtió que, de no asegurarnos, “es muy probable que pasemos por alto algún aspecto completo de la cuestión”.
Richard Sennett planteo cómo las empresas (aunque funcionen bien) dan señales de cambio continuo para mantener contentos a sus accionistas. La razón es evidente: la empresa necesita la innovación para adelantar a la competencia, en esta carrera sin fin. Y la consecuencia la vemos todos los días en los bienes de consumo, que cambian continuamente: ya no es sólo el mundo de la moda en el vestido el que se renueva sin cesar, sino la tecnología, los alimentos, los electrodomésticos, el mobiliario… En el mundo intelectual sucede lo mismo: no se busca lo verdadero o lo bueno, sino lo original, lo que dice “algo nuevo’, porque en seguida nos hemos cansado de lo de ayer, esa novedad que era la última maravilla.
Creo que todo lo anterior podríamos resumirlo en dos famosos y lapidarios aforismos del mismo Chesterton, el primero relacionado con el deber, cuando afirma: “Tener derecho a hacer algo no es lo mismo que estar en lo correcto al hacerlo” y el segundo definido en la característica de que: “Las falacias no dejan de serlo por estar de moda”.
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