Justicia para el sureste mexicano

Alameda

Aunque hay quienes no lo creen –o, mejor dicho, se niegan a creer–, por primera vez en la historia moderna de México, el PIB del sureste mexicano está creciendo a mayor ritmo que el del norte de país. 

¿Cuántas veces no hemos escuchado la narrativa acerca de que el sureste del país no crece económicamente por algo así como una especie de castigo divino? 

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha planteado el ‘primero los pobres’ como punta de lanza de las políticas públicas del Gobierno de México, a lo cual no pueden escapar los megaproyectos como la Refinería Olmeca (Dos Bocas), el Tren Transístmico y por supuesto, el Tren Maya, todas ellas en el sureste de México, territorios prácticamente olvidados por los últimos 35 años.  

Hay quienes plantean que la Refinería Olmeca (Dos Bocas) necesita un análisis de factibilidad mucho más profundo, argumento que –insisto– está fundado más en las fobias políticas que en lo técnico. 

Pero el caso del Tren Transístmico y el Tren Maya responden a algo distinto, algo mucho más grande –créanme, yo nací en Panamá, allá donde está el canal–, sé de qué hablo. 

Imagínense un corredor que conecte el Pacífico con el Golfo de México en mucho menor tiempo que el Canal de Panamá, eso representa el Tren Transístmico que, conectado con el Tren Maya, pretenden convertir a la región sureste del país en un polo económico y turístico de envergadura mundial. 

Lo anterior aunado a un proyecto del INAH del que poco se habla, en el que están abriendo decenas de museos y rescatando muchos sitios arqueológicos en aquellas geografías. 

Hay quienes dirán que el daño ambiental es imperdonable, y tal vez tengan razón, pero hay que recordar que toda actividad humana implica un impacto a nuestro ambiente, además, si lo ponemos en perspectiva, las protestas ante estos megaproyectos tenían un claro fondo político que buscaba más que otra cosa, frenar su avance. 

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